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11 de agosto de 2023

Santiago Auserón: «Galicia es para mí un océano de insinuaciones», por Carlos Crespo

La verdadera identidad es un asunto que no conviene tener muy en cuenta cuando uno se maneja en territorios fronterizos.Santiago Auserón (Zaragoza, 1954), eterno funambulista en los márgenes, nunca había utilizado su nombre propio como reclamo artístico. Primero fue Radio Futura y después transmutó en Juan Perro. Tras tres décadas indagando en las conexiones entre las raíces musicales de tres continentes, el músico le ha dicho adiós al juglar con un disco póstumo -Libertad tiene por elocuente título- y ha abrazado un nuevo proyecto más coral y abierto a la improvisación: Santiago Auserón y su Academia Nocturna. El jueves 17 actúa en Os Xoves de Códax en un formato más íntimo, guitarra y voz no más, que ha bautizado como Luces de la frontera. Con su música y su discurso siempre como faro y guía.

—Ha finiquitado Juan Perro, no sé si de manera definitiva o no. 

—En principio, sí. Pero Juan Perro no ha fallecido. Me ha dicho que se iba a hacer el camino de Santiago, al modo de los juglares medievales, que son su legítima casta. Digamos que ha cedido el primer plano a mi activismo con mi nombre de pila. Pero es un personaje vivo que como sombra me persigue.

No ha dejado de sorprenderme que haya dicho que el trabajo de Juan Perro está acabado porque los objetivos que se planteaba con él ya están cumplidos. 

—Juan Perro nació bajo la consigna de acercarse cuanto fuera posible al punto de conexión de la tradición musical norteamericana con la hispana y afrolatina. Me he pasado tres décadas yendo y viniendo de Cuba, México o Estados Unidos, buscando esas conexiones. Por un lado, estaba el influjo del jazz, el blues y el rock and roll con todos sus derivados y, por otro, la música mestiza, negra y en español. El reto era convertir a Juan Perro en una especie de juglar vagabundo capaz de integrar esas dos vertientes. Y yo creo que ese trabajo ya está asentado y que ahora toca una nueva fase de búsqueda, que estoy desarrollando en una especie de taller creativo a partir del ejercicio de la música en directo. Esa es la idea de la Academia Nocturna.

—En uno de sus libros, «Arte sonora», analiza la relación entre la música y la filosofía en la Grecia clásica. ¿Cómo es hoy esa relación, si es que existe? 

—Haber dedicado 20 años a investigar esa conexión entre música y filosofía en la Grecia antigua me ha hecho entender que la música no es simplemente un acompañamiento del texto verbal. Ni solo un entretenimiento o una celebración festiva. La música es fundamental para la construcción del pensamiento y para la articulación del lenguaje. Sonido verbal y sonido musical son la alianza constitutiva del pensamiento. Y ese conocimiento lo aplico hoy al territorio de la canción contemporánea en mi propio trabajo.

—¿Es de ese papel articulador de la música de donde deriva el riesgo, del que advierte en el informe que hizo sobre la distribución digital, en tanto que supone dejar ese poder en manos del algoritmo o de la IA, con lo que conlleva de dirección del pensamiento? 

—Exactamente. Es más, no solo de dirección, sino de reducción del pensamiento. La mercancía musical manipulada por procedimientos electrónicos tiende a buscar el beneficio inmediato y masivo reduciendo el mensaje a algo manipulable en función de intereses que no son estrictamente ni musicales ni lingüísticos. Eso pervierte el cometido originario de las palabras y de los sonidos en la tribu humana.

—En ese informe decía que lo que está pasando con la distribución digital de la música «es un fraude con todas las letras». 

—Por supuesto. Es un fraude desde el punto de vista legal, que probablemente un día se desvelará del todo también desde el punto de vista judicial. Las hoy mal llamadas compañías discográficas han dejado de serlo porque ya no cumplen su función originaria. Ya no hay producción. Se limitan a vender un catálogo sin soporte físico y sin costes de producción ni de distribución. Eso sí, se preservan todo el beneficio en función de royalties calculados hace 30 o 40 años, cuando el contrato discográfico implicaba un compromiso por su parte de producción, fabricación, distribución, promoción y cuidado artístico. Retribuir hoy los royalties según aquellos contratos implica un fraude porque la situación del mercado ha cambiado drásticamente. La distribución digital ha pasado a ser otra cosa y, por tanto, hay que renegociar. A nosotros, por el catálogo de Radio Futura, que en algunas plataformas recibe un millón de visitas al mes, nos están pagando céntimos. La proporción entre lo que se lleva la compañía y lo que recibe el artista es de 96 a 4. Entonces, hay un engaño estructural. En EE.UU., Inglaterra y países de Centroeuropa todo esto ya ha desembocado en un planteamiento judicial que muy posiblemente va a obligar a las discográficas a renegociar esos contratos. Esperemos que eso ocurra también aquí.

—En el último disco de Juan Perro, «Libertad», utiliza algunas canciones a modo de derecho de réplica frente a determinadas actitudes sociales, algo que no era muy frecuente en su cancionero. 

—Lo he hecho porque me preocupa el uso perverso de la palabra libertad. Que se reduzca a libertad de mercado. Que la libertad sea siempre de los que tienen poder para controlar el mercado y no de los demás. Me preocupa la utilización de la libertad como eslogan publicitario. Es algo que responde a una estrategia neoliberal perfectamente definida en los think tanks de la derecha internacional y que consiste en apoderarse de los de los argumentos del contrario y darles la vuelta sistemáticamente para utilizarlos como acusación y como insulto. Frente a eso me rebelo.

—En una canción de ese disco, «La noticia», escribe: «Cámaras perfectas de bolsillo / Ojos de rabiosa actualidad / Dedo en el teclado, corre la noticia / Ha vuelto a nacer la crueldad». 

—Me espantan esas imágenes recurrentes de niños ejerciendo una violencia gratuita sobre sus compañeros de clase para filmarla y envanecerse en las redes de un poder ridículo. ¿Y de dónde proviene todo eso? Pues del mercado del videojuego, de la televisión y del uso de los móviles. Una sociedad en la que eso ocurre, en la que los niños se convierten en seres violentos, es el anuncio de una sociedad fracasada. Y yo no me resigno a ello.

—En esa misma canción dice «no quiero acabar como esclavo en los nuevos campos de algodón». ¿Cuáles son esos nuevos campos de algodón? 

—Por ejemplo, los espinosos campos de la realidad audiovisual con sus noticias falseadas para atraer más adhesión en las redes. El someterse a la velocidad de los medios, de la noticia escandalosa que atrae publicidad. Para mí, los nuevos campos de algodón son los nuevos modos de sometimiento disimulados tras la libertad de consumo.

—Veintisiete periodistas culturales de un diario español elaboraron el ránking de las diez mejores canciones del verano de todos los tiempos y en el número uno estaba... ¡«Escuela de calor»! 

—Lo vi, lo vi. Y me sorprendió muchísimo. No esperaba encabezar esa lista. Supongo que esos periodistas a los que se les pidió que tratasen un tema veraniego respondieron a esa demanda deslizando una preferencia, digamos, más personal, que se saliera un poco del contexto obligatorio. Y eso nos ha favorecido. Pero, desde luego, no es la lista que a mí me gustaría encabezar.

—Imagino que «Escuela de calor» no fue nunca entendida, y seguro que mucho menos concebida, como canción del verano. 

—Por supuesto que no. Fue concebida como una especie de revulsivo callejero que hacía alusión al encuentro entre diversas clases sociales —de la gente de barrios con la gente del centro— en la época de la movida, y musicalmente fundía una actitud un poco punki con una rítmica funky.

—Un debate recurrente estos días es el de si había más libertad en los 80. ¿Cuál es su opinión al respecto? 

—Yo creo que hay un grado de libertad privado o público que se negocia en cada generación y en cada momento de la vida. Al fin y al cabo, la gente siempre se las arregla para hacer lo que tiene que hacer o lo que le conviene, sea a plena luz o en la clandestinidad. En un período de transformación social como fue la época de la movida, la libertad se convirtió en un estímulo mediático. Hoy, frente al sometimiento que nos imponen las leyes del consumo audiovisual y la manipulación tecnológica, hay que ejercer otro tipo de libertad que, en mi opinión, pasa por sostener el vínculo con el legado de las musas, de las palabras, de la música, de las artes y del pensamiento. Es decir, de las humanidades.

—Radio Futura miraba al futuro, Juan Perro fijaba su mirada en el pasado. ¿Adónde mira hoy Santiago Auserón? 

—A la conexión entre ambos, a asegurar el eslabón entre la tradición y las generaciones venideras.

—No es pequeño objetivo... 

—No, no. Ni pequeño ni fácil.

—Ya son varias las ocasiones en las que ha participado en el ciclo Os Xoves de Códax. ¿Cómo es y qué le supone actuar allí? 

—Es increíble. Ya solo el llegar a la ría, con esa luz y la apertura al mar... Cuando voy de camino a la bodega y veo la isla de San Simón se me vienen a la cabeza todas las ondas marítimas y sonoras de los juglares antiguos, de los trovadores contemporáneos gallegos, de los poetas, de tantos y tantos músicos. Galicia es para mí un océano de insinuaciones. Llegar a Martín Códax, tocar en horas de luz todavía, desde esa maravillosa atalaya, y tratar de construir allí algo que se sostenga entre el viento y la marina es algo increíble. La terraza de Martín Códax es un lugar muy especial para poner en práctica esa tarea de difundir un eslabón musical entre el pasado y el porvenir.

Entrevista de Carlos Crespo para La Voz de Galicia