Cuaderno


08 de julio de 2009

El lenguaje y los medios técnicos

Los medios de comunicación pasan en la actualidad por una transformación profunda, comparable a la que provocó la adopción del alfabeto fonético escrito en Grecia antigua o la invención de la imprenta de tipos móviles en el Renacimiento. Desde hace más de un siglo la electrónica amplía el alcance de la voz hablada o escrita, de las imágenes. Los ordenadores personales, las unidades portátiles que combinan el archivo audiovisual con la telefonía, conectados a la red mundial, desarrollan hoy un potencial que rebasa las necesidades básicas de la comunicación. Propician usos que reclaman contenidos, pero a la vez los subordinan a jugar un papel superfluo.

Formato variable capaz de contener y transmitir virtualmente todos los sonidos, todas las imágenes, el medio técnico –que según McLuhan era la verdad del mensaje– se resuelve ahora en incertidumbre. En la confrontación directa del usuario con el espectro electromagnético, sonidos e imágenes son los únicos media relativamente estables. Debiéramos prestarles, por tanto, la misma atención que a su soporte. Impulsado por tecnologías que operan con fuerzas insondables –a través de aparatos personalizados, ergonómicos, que requieren para su manejo un esfuerzo mínimo– el mercado se mide con la naturaleza como si no tuviera límites. La tecnología estimula la ilusión del crecimiento económico, pero amenaza con inaugurar una cultura autodestructiva –una cultura de la incultura– en divergencia con respecto a las actividades constituyentes del cerebro humano: la producción de objetos cuya forma está condicionada por la necesidad, la producción de lenguaje, de sonidos e imágenes capaces de condensar la experiencia histórica.

En la cultura, como en la naturaleza, lo utilitario se mezcla con lo lúdico. ¿Responde a esa necesidad de lo lúdico el manejo compulsivo de aparatos hasta el límite del aburrimiento, o bien tendemos al gasto más allá de lo que puede soportar el cuerpo con su esfuerzo? Jugar siempre comporta algo de riesgo. Todos sabemos que el desgaste del cuerpo propio es la única forma de medirse con el fuego del mundo. ¿Nos autoriza eso a disponer del cuerpo ajeno como si fuera propio, igual que en tiempos de la esclavitud, a dilapidar la tradición milenaria, la luz del lenguaje, la inspiración de la música, el frescor de las imágenes?

Junto con sus antiguos aliados, música y artes visuales, el lenguaje es nuestra principal tecnología, hecha de voces que representan cosas cuando están ausentes. Antes que voces articuladas hubo seguramente útiles pesados, pero sólo con ayuda de signos debieron ir haciéndose manejables. El lenguaje permite fijar formas, normas válidas para cualquier persona u objeto, transmitirlas a través del tiempo. Y variarlas también, ponerlas en entredicho. Algo que no podemos hacer con ningún otro medio técnico sin ayuda del lenguaje.

Como el homínido que sopesa una herramienta primitiva cuestionando su utilidad, contemplemos en la pantalla de ordenadores y móviles su aspecto más obvio: el fondo sobre el que aparecen letras e imágenes es fuente activa de luz. Hasta hoy todo soporte de lo inscrito modulaba la luz del sol o de la lámpara de forma pasiva e indirecta. Ahora el fondo emite y nosotros tecleamos sobre el flujo de luz negros impulsos que se transmiten de inmediato al otro lado del mundo. Desde los primeros tiempos de la radio estamos confrontados a un haz de energía que compromete la estabilidad de nuestros mensajes. Nada anula el atractivo de elucidar el alcance de los nuevos usos. Nada exige que creamos a ciegas en la ventaja de suplantar con prisa los más viejos, que trabajosamente nos llevaron a pensar con alguna libertad, siempre dudosa.

* Artículo de Santiago Auserón publicado en Babelia, suplemento cultural de el diario El País, el 27 de junio de 2009, con el título Lenguaje y técnica. Sintetiza algunas de las reflexiones aparecidas como Escritos en el ordenador, I, II y III en este mismo Cuaderno.