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03 de noviembre de 2021

El mercado de los sonidos pobres

Zaragoza, 1954. Figura indiscutible de la música de los 80 con su grupo Radio Futura, ensayista e investigador de lo sonoro ('El ritmo perdido') y explorador de la canción latinoamericana como Juan Perro, Santiago Auserón es la estrella de la feria Trovam que arranca este miércoles en Castellón, donde hablará de las urgencias del negocio antes de sus conciertos con su banda en Madrid (día 18, en el Teatro Príncipe Pío) y Barcelona (día 19, en el Teatro Coliseum).

¿Qué le lleva a participar en la feria Trovam?

En los últimos tiempos estoy restringiendo todo lo que son actividades paralelas al ejercicio estrictamente musical, esto es, conciertos y trabajo de estudio y composición. Estoy tratando de concentrarme ahí y en recuperar también un poco de tiempo para empezar una nueva investigación en ciernes. No participo en demasiadas charlas o encuentros en torno a aspectos 'colaterales' de la actividad musical. Pero en este caso, aparte de que me apetecía volver por Castellón, el contenido de la feria es interesante y da lugar a algunas reflexiones que urgen sobre la actualidad del negocio musical.

Con casi dos años de retraso, este mes presenta al fin en directo su disco 'Cantos de ultramar' (2020), versión expandida con la Banda de Juan Perro de un álbum anterior, 'El viaje' (2016), grabado en formato más minimalista.

Son las presentaciones aplazadas tres veces ya a lo largo de la pandemia y que finalmente parece que ahora se sostienen, porque desde el mes de julio hasta ahora vamos haciendo conciertos, primero al 75% del aforo y ahora ya prácticamente completo. La banda ya está otra vez en pleno rodaje y con muchas ganas de sacar adelante los proyectos. Hemos aprovechado el verano para grabar nuevo material, que estamos ahora terminando y que saldrá previsiblemente a primeros de marzo. Hemos recuperado el ritmo que habíamos perdido durante este año y medio.

¿Qué reflexiones le ha inspirado el coronavirus?

La pandemia ha sido motivada por contagios que derivan de la invasión por parte del ser humano de los espacios naturales del planeta que antes no habían sido habitados y del contacto con otras especies que antes vivían fuera de nuestro entorno. Es decir, que deriva de la expansión, de la colonización de la naturaleza por parte del ser humano.

¿Se ve fuerte para componer sobre este asunto?

No creo que tenga mucho sentido precipitarse a hacer canciones sobre la pandemia. No veo que puedan tener un contenido suficientemente revelador, por el momento. Pero es una experiencia que va a transformar nuestro punto de vista sobre las vidas individuales y sobre el horizonte colectivo. Habrá alteraciones en la conciencia del ser humano y eso a la larga influirá en el arte. Tiene que haber un proceso de reflexión, de toma de conciencia de lo que esto significa, del alcance que tiene nuestra relación con el entorno y con el planeta.

En las notas de 'Cantos de ultramar', usted escribe: "Alcanzo a rozar con la imaginación el horizonte que podría estar dibujando esa comunidad iberoamericana de canciones alimentadas por la corriente eléctrica, su posible contribución a la vida ciudadana, su resistencia obstinada ante los conflictos".

Hasta ahora, el ser humano ha progresado en el aspecto tecnológico y científico gracias al poder de sus actividades simbólicas y representacionales: gracias al pensamiento, a las artes y, en particular, a las que trabajan en el espacio invisible del sonido, como son el lenguaje y la música. Ambas han permitido preservar la memoria y las sensaciones compartibles. Son dos herramientas que nos constituyen como humanos desde tiempos inmemoriales y, previsiblemente, debieran resistir al empuje de las nuevas tecnologías. Pero, por otra parte, es evidente que las nuevas tecnologías están induciendo un proceso de destrucción del lenguaje y de la cultura.

¿En qué sentido?

La digitalización de la imagen e internet son armas de doble filo. No acarrean solo inconvenientes, permiten algunas ventajas que ayudan a la actividad humana. Se trata, pues, de un problema complejo. A la vez que permiten la comunicación con una rápida transmisión de datos y la inmediatez de acceso a los contenidos, crean una dependencia creciente del estímulo electrónico directo. El estímulo electrónico pasa a ser prioritario y el contenido pasa a ser secundario. Al mismo tiempo que se está produciendo una expansión de las tecnologías y de los medios de conocimiento, se produce una destrucción o un deterioro de los soportes primarios del pensamiento humano, del lenguaje y de la música.

Ponga un ejemplo, por favor.

El lenguaje, por ejemplo, se deteriora en los mensajes de WhatsApp, en la velocidad de escritura en el ordenador o en la dificultad para detectar erratas en una pantalla, porque en ella leemos lo que queremos leer. Además, tendemos a disociar la velocidad comunicativa del lenguaje de su capacidad para informar acerca de un hecho comprobable. Significante y significado han entrado igualmente en crisis.

¿Alguno más?

Hay también una destrucción de los contenidos duraderos en favor de la inmediatez. Es el mismo proceso de los 'realities' o de los 'talent shows'. En lugar del arte elaborado, que queda marginado en los medios como si fuera una tara o un atraso, se promueven las relaciones emocionales más superficiales e inmediatas, que no dejan huella alguna. En eso estamos metidos... con nuestro consentimiento. Es una cultura que se autodestruye, que se devora a sí misma. 

Volvamos a las notas de 'Cantos de ultramar'.

Que haya posibilidades de generar comunidad o un porvenir deseable en el horizonte depende exclusivamente de nuestra capacidad de resistencia, hasta que podamos conectar con las nuevas generaciones. Es evidente que el lenguaje y la música resisten los conflictos, probablemente también las pandemias. Pero a la vez, el propio modo de consumo de la mercancía cultural, la digitalización, está acelerando la destrucción de contenidos. En encuentros como el Trovam, uno siente la conveniencia de ponerse en contacto con otros colegas y especialistas del medio o de la comunicación para tratar de evaluar una situación que empieza a ser crítica.

¿Por qué?

Antes de la pandemia los artistas ya veníamos padeciendo una marginalización. Porque se ha sacado de los medios de comunicación de mayor alcance todo lo que no sea 'streaming' controlado por la 'mainstream', por la corriente dominante. La música bailable más ligera y sin contenido artístico elaborado, construida con herramientas técnicas manejadas por productores que a su vez obedecen a intereses estrictamente mercantiles, nos está echando fuera del negocio a los independientes, a los que nos dedicamos a un proceso creativo lento. Las tendencias actuales marginalizan a los que necesitan un trabajo de preparación costoso y un compromiso con la tradición. En estos momentos, la música popular de calidad o el pensamiento no son socialmente rentables. Lo fueron no hace mucho, pero se los ha apartado con deliberación meticulosa. Siguen siendo valiosos a título individual, como parte del proceso de aprendizaje y de crecimiento. Todo esto resulta oscuro, pero hay que intentar describirlo para compartir la conciencia de los hechos y que podamos decidir si esto es lo que queremos.

Neil Young me contó una vez que el 'streaming' era casi una herramienta de control social. ¿Conspiranoia?

La matematización de las comunicaciones a través de la estadística para condicionar el mercado es una realidad. Al igual que las compañías multinacionales que producen beneficios enormes tienen sus equipos de abogados especializados en proteger sus actividades de toda contradicción legal, tienen también técnicos que a su vez se mantienen en contacto con la avanzadilla de la investigación científica y tecnológica. Saben cómo se condiciona el mercado y el gusto del público. Y no olvidemos que todos estos avances han sido estimulados por la estrategia militar. La máquina de Turing, el primer gran ordenador, se creó para descifrar los mensajes codificados de los nazis. Si nos acostumbramos al tipo de compresión de la información sonora que comporta la digitalización, no nos parece que haya una pérdida determinante. Sin embargo, si hacemos un ejercicio de comparación en casa, entre la música que puedes oír desde el móvil con unos cascos pequeños, con los mismos cascos en el ordenador, con unos cascos buenos desde el mismo ordenador, con el equipo de música en CD y con un vinilo en el mismo equipo, vemos que en esta gradación la experiencia musical acaba siendo completamente distinta. Se generan umbrales acústicos distintos y la capacidad emocional de la música varía. Más de lo que creemos. La escucha en hi-fi es comunitaria, la escucha en el teléfono "inteligente", no. El teléfono será inteligente, pero su joven usuario compulsivo tiende a lo que desde fuera podría parecer una suerte de autismo, salvo porque el diagnosticado como autista preserva en su mundo capacidades sutiles o "sensibilidades extremas" a las que el usuario compulsivo del móvil parece renunciar. Hay inteligencia, sin duda, en el acuerdo entre fabricantes de soportes e inventores de aplicaciones masivas, pero es una inteligencia malévola, por mucho que pretendan darle un barniz distinto.

Interesante...

Nos comemos lo que nos dan. El 'streaming' es mucho más espectacular, por la movilidad que permite, que la relación con el arte a lo largo del tiempo. En el sonido digital se pueden acentuar frecuencias y efectos sin necesidad de mucho estudio o de una sensibilidad particular. El chaval que se acostumbra a darse caña con los cascos desde el móvil es un caso a considerar. Fíjate que en el mundo del reguetón y del 'trap' se está generalizando un gusto por los 'sonidos enfermos', el 'ill sound', que parecen hechos de una manera turbia, rotosa. Esto está llegando a convertirse en una estética. Imitan los 'politonos' de los teléfonos móviles, los sonidos más empobrecidos. No niego que incluso con la basura se pueda llegar a producir arte. Pero esto es un indicio de por dónde van los tiros. Desde los barrios marginales, la estética del sonido pobre parece un gesto de rebeldía: "hasta con medios mínimos nos lo montamos", parece decir. Pero en realidad los teléfonos móviles y los ordenadores no son medios mínimos, sino máquinas muy potentes, y con ese rollo las multinacionales han conseguido ampliar su mercado hasta en los barrios pobres. Toda una moda del capitalismo, como ocurre con los alquileres de cubículos infames: quitarles a los pobres su posible excedente, que solo puede provenir del empleo degradado, del subsidio o de la delincuencia. Así que creo que Neil Young tiene razón: hay un condicionamiento del gusto en función de lo que se vende. Es una retroalimentación perversa de lo fácil y de lo banal a través de los media, una manipulación mercantil a gran escala que tiene también su lectura política. Está demostrado estadísticamente que las 'fake news' atraen publicidad. El engaño llama la atención, crea escándalo, produce clics. Los clics atraen marcas y producen más dinero que tratar de decir la verdad, que siempre es compleja. 

¿Y en el caso de los políticos?

Parece claro que un político que haga el payaso en los medios y diga una gilipollez diaria por la mañana temprano atrae la atención de los medios, sale en todos los informativos. Y solo por eso, por el dominio efectivo de la presencia mediática, la gente se está acostumbrando a no ejercer un criterio activo sobre la información que recibe, se contenta con el estímulo pasivo y tiende a considerar que el que domina en los medios merece el voto.

¿Habla usted de lo que pasa en Estados Unidos?

Y en la Comunidad de Madrid, aunque en escala menor. Y en otras comunidades también, los nacionalismos trabajan con empresas expertas en el manejo de esas nuevas técnicas de marketing de la información.

¿Qué solución propone usted a estos problemas?

Aparentemente no hay vuelta atrás y es muy difícil crear una resistencia social organizada, que reclame el control de la información, como de los entornos naturales. Cualquier pretensión de convencer a nuestros conciudadanos de ir en una dirección determinada tendrá un aura sospechosa de mesianismo poco pertinente y acabará siendo otra especie de 'marketing' de las almas, de propaganda, como las viejas religiones, pero carente de su eficacia. Los medios electrónicos ponen en marcha una suerte de fanatismo sin necesidad de creencia. La razón defendida mediáticamente deviene enseguida fanática o sectaria, e incomoda porque conlleva pretensiones que el medio no requiere.  Aparte de la estupefacción y el asombro ante tamaños hechos, creo que lo primero es mantener la 'higiene' privada en relación con la información. Por el momento no sería fiable un programa político que fuese más allá del mantenerse apegado a los soportes clásicos sin dejar de prestar atención a lo que ocurre en los medios contemporáneos. Hay que ganar tiempo para la reflexión.

¿En qué consiste esa higiene?

Tomar algunas decisiones, como permitir o no que los hijos pasen con un videojuego o en las redes el tiempo que deberían estar empleando en hacer los deberes. La resistencia hogareña, por decirlo así, sería un primer paso antes de hablar de una extensión callejera. Un paso indispensable, más urgente que digitalizar la escuela. En último término, habría que abogar por hacer un uso artístico de las redes, en lugar de ir más rápido diciendo tonterías, valorar el cuidado del lenguaje, la transmisión de imágenes, sonidos e ideas elaborados, que no respondan a los criterios estrictos de la propaganda. Defender los márgenes de la sensibilidad individual, del pensamiento o simplemente de la buena educación, aunque todo eso no parezca cool. La imagen del 'malote' se ha vuelto parte de la mercancía, de la venta masiva al mercado de los pobres. Hay que hacer que los planes educativos duren, pero mientras la disputa por el poder no lo permita, estamos aviados.

Radio Futura fue uno de los primeros grupos que popularizaron aquí eso que se denominó "rock latino". Ahora lo "latino" es la música más exitosa del mundo. ¿Se siente identificado con esto?

Los campos semánticos hoy en día giran como torbellinos. Y ocurre con la palabra "latino". Radio Futura lanzó la fórmula del rock latino en la época en la que produjo 'La canción de Juan Perro', en 1987, con 'A cara o cruz'. Ya habíamos comenzado en el disco anterior, 'De un país en llamas', con 'El tonto Simón', e incluso con 'Semilla negra' en 'La ley del desierto'. Eso significaba en aquel momento una propuesta, si no de resistencia, de contraste, de compartir espacio con el rock anglosajón, en cuya tradición estábamos formados. Con el tiempo lo latino se transforma en un potencial de negocio, en un proceso comparable al que ocurrió con los negros tras la Segunda Guerra Mundial, cuando empezaron a tener poder adquisitivo para comprar y producir su propia música. De manera parecida, los inmigrantes latinos en Estados Unidos empiezan a tener sus propios excedentes para el ocio y condicionan el mercado. Hasta el gusto más germánico y menos inclinado a la síncopa consume ahora esa "latinidad" concebida al estilo de Miami. Lo gracioso es que lleve el apelativo de latino, que viene del 'Latium', el núcleo originario del Imperio Romano. ¡Todavía estamos sufriendo las consecuencias imperialistas de la expansion romana [risas]!

¿Qué le parece lo de la 'apropiación cultural'?

Más que apropiación, en el sentido de llevártelo crudo de un territorio a otro, de 'extracción' de materias primas, yo lo veo como aculturación, en el sentido de hacer propio algo que viene de fuera. El factor extranjero es determinante para la generación de músicas locales. Incluso podemos distinguir entre la apropiación consciente, como cuando un 'trapero' toma elementos de la rumba flamenca y los flamencos se cabrean, y la apropiación inconsciente, que nos afecta a todos: 'traperos', flamencos, rockeros o jazzeros, de manera pasiva. Porque la música no tiene fronteras ni obedece al concepto de "propiedad".

Entrevista de Dario Prieto para El Mundo.