23 de julio de 2021
Hay conciertos a los que se va a aprender y, si los aprovechas bien, sales siendo más sabio. No hablo del saber en términos volumétricos, de atiborrarse de toneladas de datos. Para eso ya está la Wikipedia. Hablo de la sabiduría como herramienta para el crecimiento interior, para el enriquecimiento personal. Exponerse a estímulos que nos permiten comprender mejor el mundo que nos rodea, estar más abiertos a la reflexión. Hasta a hablar mejor, nos enseñó el doctísimo Santiago Auserón en su actuación en Viveros, leñe, con esa dicción y ese vocabulario que se gasta. El incombustible rastreador de huellas sonoras, el ínclito trovador que se ha propuesto borrar las etiquetas con su batidora de géneros desde los márgenes de la industria, el eximio conversador que ofrece entrevistas dignas de enseñarse en las escuelas dio el jueves, vestido de Juan Perro, una clase magistral en una València ahogada por el bochorno.
Santiago Auserón: "Creo en una verbena popular que pueda remover las emociones y el pensamiento"
Lo hizo para presentar su último disco, Cantos de Ultramar, capitaneando a un quinteto de jazz que daba gloria verlo y escucharlo, propulsado por la guitarra de Joan Vinyals y la trompeta del valenciano David Pastor. Con una sección rítmica tan polivalente que lo mismo marcaban rock, que swing, que reggae y con Gabriel Amargant y sus florituras de saxo y clarinete. Interpretando juntos una música mestiza, nocturnal, sexy, cálida y húmeda como la noche mediterránea. Pero, a la vez, extrañamente refrescante. “A un perro flaco”, “Ámbar”, “Los inadaptados” o “En la frontera” lo atestiguaron, vertiendo ritmos antillanos, soul y metales que surfeaban en Baja o quedaban matizados por una sordina brillante bajo el sol de Tijuana.
Santiago, un narrador magnífico, explicaba el origen o los detalles que rodeaban a sus canciones, como la de ese niño que vio pasar a “El forastero” por delante de su casa en Nápoles, tal como el mismo Auserón vio pasar de niño a otro extraño desde la sombra del zaguán de su domicilio en la ribera del Ebro. O como cuando exploraba la posibilidad de la existencia de una polirritmia negra afroibera ya en época de nuestra Revuelta de las Germanías, y que perdura hasta hoy a pesar de radio fórmulas y talent shows.
El viaje de Perro nos llevó al lisboeta barrio de Alfama, cuna del fado, en “De un país perdido”, envuelta en sonido atlántico, olor a salitre y grasa de tranvía y con sabor a ginjinha. También nos acercó con “Agua de limón” a Nueva Orleans, a ritmo de comparsa camino del Mardigras. Southern Comfort con una rodajita de lima exprimida, un chorro de soda y mucho hielo que sirvió para remojar el cachondeo con el que nos puso a cantar por géneros, en un momento en el que demostró el inquebrantable grado de conexión emocional que tiene con su público. También hubo momento para los sonidos negros norteamericanos en “Aire”, “La charla del pescado” o “Río Negro” a las que se les imprimió un rumbo de funk y rock and roll clásico.
Nuestro protagonista se disfrazó de crooner en “Luz de mis huesos” y en el bolero canónico “Contigo en la distancia” y liberó el talento infinito de Pastor y Vinyals, vampiros en La Habana, en un duelo que arrancó una tremenda ovación del respetable. Apareció en escena Francisco Blanco “Latino”, fundador de la imprescindible Sedajazz que, con una travesera y elevando el nivel a cotas olímpicas, reclamó protagonismo para el jazz mediterráneo soleando con libertad en “Sobre el puente azul”, de Radio Futura. Fue su flauta la que puso en pie al personal al interpretar la reconocible introducción a “Semilla negra”, tan latina, sentida y llena de magia que desató las palmas y los coros del público. Para acabar, una versión de “Blueberry Hill” que manifestó la común conciencia sonora que impregna cualquier palo que toca Auserón, un intelectual, un músico y un artista sin el que España sería un país mucho peor.
Crítica de Fernando Soriano para Levante - EMV.