Cuaderno


28 de junio de 2011

La Deuda Griega

Tras el estreno de Film Socialisme, Jean-Luc Godard aludía a las dificultades que atraviesa la economía griega: “Es Occidente el que está en deuda con Grecia. El mundo tecnológico en el que vivimos se lo debe todo. ¿Quién inventó la lógica? Grecia podría reclamar millones de millones en concepto de derechos de autor y sería lógico dárselos.” El tono es irónico, porque poco después Godard reniega del derecho de autor y discute el concepto de propiedad. Luego matiza que, si tuviera que pleitear por el uso de las imágenes tomadas de otras películas, necesitaría dos abogados: uno para defender el derecho de cita en el cine, como en literatura; otro para negociar con los autores de ciertos extractos una retribución justa. Habrá quien no se tome en serio estas declaraciones, pero lo cierto es que incitan a cuestionar la actualidad con perspectiva. Si damos crédito a un hombre que ha visto la vida a través de muchas lentes, caeremos en la cuenta de que su pensamiento funciona como pesquisa. A sus ochenta años, sigue metido en una intriga que le lleva más allá de la lógica aparente. Ateniéndose a la lógica, Occidente ha basado su desarrollo en la identificación del sujeto con la propiedad, pero ha llegado a un extremo en que no es capaz de gestionar sus contradicciones. 

El humor cáustico del cineasta, su gusto por la crítica social desde el conocimiento de la cultura selecta, merecen atención más allá del rechazo que provoca la imposibilidad de ver sus películas como mero entretenimiento. Godard no cuenta historias, es un pensador que trata de interpretar los términos en que se nos presenta la realidad: imágenes y sonidos. No es más difícil de entender que Aristóteles, quien dio importancia a la forma visible de las cosas y quiso ponerla de acuerdo con la lógica del discurso. La lógica de Godard consiste en liberar las imágenes y los sonidos de toda sujeción formal. Su filmografía tiene momentos más o menos inspirados, pero él se queja de no haber contado con amigos que se atreviesen a criticar su trabajo. En otras ocasiones, ha sugerido que para entender sus películas convendría discutirlas en pareja al salir del cine. La libre asociación de imágenes y sonidos se asemeja a la polémica entre amantes. Este es un concepto enteramente griego, aunque aplicado por vez primera a la diversidad sexual, no sólo al diálogo entre varones ilustrados. 

Que la crítica cultural es necesaria para entender nuestros humores, las inercias del cuerpo y sus pasiones, ya lo decía el psicoanálisis, tomando por modelo a los personajes de la tragedia griega. Tragedia y democracia, añade Godard, van unidas. La escena clásica mostraba la desmesura de los héroes, que al ciudadano le convenía evitar. ¿Dónde hallar hoy la catarsis, la puesta en escena de las pasiones? El arte popular se acoge a míseros argumentos, los medios reclaman adhesiones banales sin revelar información verdadera. El ciudadano común se ha convertido en protagonista de una tragedia exenta de heroísmo, asumiendo una desmesura que, aun repartida en pequeñas dosis, resulta difícil de tragar. 

La búsqueda de equilibrio compete menos al individuo que a los estados; éstos, a su vez, trasladan la responsabilidad a los mercados. “Europa, dice Godard, existe desde hace mucho tiempo, no había necesidad de construirla como lo hemos hecho”, es decir, sobre la base del capitalismo sin fronteras, como aliada sumisa del dólar. La Europa histórica era inseparable de las viejas culturas del Mediterráneo. La actual pende del hilo que une las grandes metrópolis del Norte con los países sureños más atrasados. Es el hilo invisible de la deuda financiera, que va engrosando con los intereses hasta convertirse en soga. Para escapar de su atraso, España necesitó asociarse en cuanto pudo al nuevo proyecto europeo, relegando su mercado más antiguo, el que la unía a Grecia, a Italia, a Oriente Medio y al Magreb. ¿No es esta la comunidad que urge reconstruir, aparte de la europea y de la iberoamericana, como garantía de equilibrio duradero? 

Tarde o temprano tendremos que reconocer que somos intersección de conjuntos, en lugar de aferrarnos a una identidad excluyente. Será preciso asumir la complejidad de nuestra historia, contrapesar valores financieros con valores culturales, restituir su sentido más noble a la palabra especulación. Quizá un esfuerzo por recuperar la riqueza cultural dinamizase en España el deseo de sentirse incluidos en un proyecto común. Mientras la política fracasa, las imágenes y los sonidos circulan reclamando un concepto de propiedad sobre el que conviene reflexionar para no multiplicar el gasto en abogados. Grecia no va a exigirnos derechos de autor a cambio de la lógica de Aristóteles. Paguemos nuestra deuda con ella sosteniendo una polémica amorosa -no un silencio hastiado- la próxima vez que salgamos del cine.