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24 de abril de 2019

La canción latina, según Auserón y Jaramillo

Auserón y Jaramillo también comparten editorial, Pre-Textos. Y nunca mejor dicho, porque supieron el uno del otro por medio de este 'sello'. El editor, Manuel Borrás, se encargó de introducir a los autores. «Santiago es un estupendo letrita y ensayista», deslizó el emprendedor del sector del libro, que tomó contacto con el cantante cuando este asistía a las clases de filosofía de Deleuze en París en la segunda mitad de los setenta. «La curiosidad de Auserón es universal», recalcó Borrás. En la puerta lucían títulos como 'El ritmo perdido' o 'Canciones de Juan Perro', junto a 'Historia de una pasión', 'La muerte de Alec', 'Gatos', 'Del amor, del olvido' o 'Diccionadario', de Jaramillo.

«Percibo en cada poeta un torbellino de cosas que me conmueven», anticipó el artista de 'Escuela de calor' y 'Veneno en la piel'. Así, mientras sonaba 'Vete de mí', de Bola de Nieve, Auserón cuestionaba la siempre deformada relación entre canción y poema. «Existe poesía para oír y poesía para leer. Hay una relación de amor-odio. La canción no es un género menor. Su prosodia musical no es menor. Hay raíces comunes en tangos, rancheras y boleros con la poesía pura y dura», dilucidó el hombre que recogerá este jueves el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca.

De negro, trajeado, y oportunamente camuflado tras las gafas de sol, Auserón se apoyó sus reflexiones en grabaciones bien reconocidas por el poeta colombiano. Del 'Teatro' de La Lupe hasta 'El jinete' de José Alfredo Jiménez, pasando por 'Aquellos ojos verdes' o 'Voy a apagar la luz para pensar en ti' («el primer tema sobre la masturbación, según me contó Serrat», señaló el premiado). Jaramillo se guardó para el final el paralelismo entre 'El reloj' de Lucho Gatica y 'Canción de brujería' del granadino Luis García Montero.

Auserón terminó hace cuatro años su tesis doctoral sobre la música en los fundamentos del logos. Más de quinientas páginas bendecidas en la Complutense por una cita de Plutarco: «Los antiguos griegos tuvieron razón al interesarse, por encima de todo, en el ejercicio de la música».

Enchufados

A menudo, sus teorías derivan en el flujo voltaico. «Los cantores populares contemporáneos nacemos enchufados. Nos alimentamos de la red eléctrica y nos rodeamos de los espíritus electromagnéticos. El poeta, sin embargo, no necesita encenderse más que con pluma y papel, con la herramienta mínima del negro sobre blanco. Y de ahí debe surgir el milagro de la galaxia giratoria de los poetas. Por eso aconsejo acercarse a los poetas con humildad», detalló el creador de ese alterego que esparce las raíces al viento, llamado Juan Perro. «Los ritmos del pensamiento producen ondas en oleadas», apuntilló.

El contrapunto literario lo ponía Darío Jaramillo. «La canción es una causa: genera una forma de sentir en los latinoamericanos. Es como si las canciones, de forma conductista, nos programaran sentimentalmente. Ese poder supera al fenómeno de los poetas cultos. Una sesión de rancheras de José Alfredo Jiménez acompañadas de tequila nos hace sentir el mismo drama que tanto él como Gardel nos ordenan. Y eso va más allá de la literatura». Fuego cruzado.

Entonces, Auserón tomó la voz cantante: «La canción nos lleva a un universo de experiencias compartidas que nos inocula una conciencia. Es la conciencia de un ámbito de resonancia. ¿No será una clave hermenéutica para el poema mismo?, ¿para comprender a un poeta? Como Lorca, por ejemplo».

Y así desembocaron en el transistor, aquel aparatejo capaz de transformar una sociedad: «La radio representó la forma de unirnos. Había músicos que transcribían piezas enteras de La Habana por onda corta en Medellín», planteó Jaramillo. «Federico tendría que haber vivido hasta la era del rocanrol, porque fue uno de sus inventores», osó advertir Auserón.

En su toma y daca, transitaron por el influjo modernista de poetas como Rubén Darío o Juan Ramón en la canción latinoamericana. «Si Quevedo hubiera vivido más, hubiese compuesto tangos», elucubró Darío Jaramillo. «Mi padre era comerciante: no me hablaba de Beethoven, sino de Celia Cruz», subrayó.

«El desquiciamiento de la resonancia de la canción propicia, no obstante, la disolución de tensiones étnicas cuando la radio difunde la música: las ondas no tienen color», incidía el ex Radio Futura. «Hasta la aparición de la radio, quien quería escucharla tenía que pedirle a su tía que le cantara o, directamente, tocar por sí solo una canción. La radio obró el milagro», mantenía Jaramillo.

Artículo de Eduardo Tébar en el periódico Ideal.