20 de octubre de 2019
Este libro parece nacer de una sospecha que usted tenía: el impacto de la cultura africana en la música española.
Sí. Digamos que es eso todo lo que motiva los viajes a Cuba, en 1984, y toda la fase que dio lugar a la publicación de la antología ‘Semilla del son’, que es el inicio de todo ciclo. El libro, que es una recopilación de textos previos y un inédito, viene a cerrar, después de tres décadas conviviendo con la música caribeña, una reflexión sobre todo lo que ha significado todo ese movimiento de ir en busca del influjo cubano; la segunda fase de asimilación de ese influjo y, en la situación actual, pues cómo todo eso se ha convertido en un sustrato que deja pensar en nuevas posibilidades para el porvenir de la creación musical.
¿Qué se encontró en 1984? No sé si conocía mucho a Beny Moré, al Trío Matamoros…
No, no. Yo, a través de mis padres, había heredado una información dispersa del influjo de la música cubana. Ellos hablaban de Pérez Prado, incluso decían que había actuado alguna vez en Zaragoza, cantaban boleros. Mi madre hablaba a menudo de Olga Guillot; yo, como toda España, conocía las cosas de Machín, que salía frecuentemente en la televisión franquista; algunos amigos en la época de la movida, como el dueño de la galería Buades, tenía discos en casa de Beny Moré y Bola de Nieve, editados en algún sello catalán como Edigsa. Sabía eso...
De entrada, no estaba mal.
No se crea. Todo eso era una información dispersa. Yo no identificaba el tronco común del que provenían esas canciones, y al llegar a Cuba el impacto sonoro fue doble. Primero por el nivel de habla, el modo en que mi lengua sonaba en boca de negros y mulatos, y luego al percibir en La Habana y en los pueblos y ciudades, que pude visitar en mi primer viaje, que la música estaba por todas partes y que los intérpretes más accesibles, a nivel de calle o de locales públicos, tenían un nivel musical extraordinario, admirable. Fue a partir del segundo viaje, en 1989, cuando yo ya regresé con una voluntad de pesquisa.
¿Qué sucedió?
Empecé a entender el linaje de los soneros. Empecé a hablar con la gente, a tomar notas, y a identificar las distintas instituciones a las que debería dirigirme, en búsqueda de información, bibliografía y las poquísimas cintas o discos de vinilo que pude comprar. Había poco material accesible. Fui tirando del hilo y trazando una ruta posible hasta que en 1991 fui con una agenda preparada a hacer una investigación más metódica. Totalmente organizada.
¿Cómo define el son?
El son sería la música de la identidad nacional cubana. Y yo diría que, dentro del espectro de todas las posibles mezclas entre lo blanco, lo negro y el canto popular, el son es el que más equilibra el influjo hispano y el influjo africano. El son es el equilibrio exacto entre África y España en la canción popular cubana.
En el libro hay hay muchas cosas. ¿En qué medida su ‘alter ego’ o heterónimo Juan Perro nace de esta fascinación, de esta revelación de Cuba?
Podría decirse que sí. Del son y de la tensión generada por el rock. Cuando yo hago los viajes a Cuba ya estamos deliberando acerca de la conveniencia de seguir o no seguir en Radio Futura; se nos iba de las manos. Para mí era muy incómodo y me ponía muy tenso el estar en el primer plano de la presencia pública constantemente, dejando siempre pendiente mi condición de estudiante de filosofía. Y de escritor relacionado, sobre todo, con la filosofía. Aquello era tan exigente que me llevó a pensar en buscar una identidad sustitutiva para iniciar un proyecto posterior a Radio Futura.
Se lo tomaron con calma.
Sí, nos dio tiempo a deliberar en la conveniencia o no de disolver Radio Futura. En efecto, en los últimos años había empezado a viajar a Cuba y bajo ese influjo nació el personaje, la idea de Juan Perro, que es como una mezcla entre sonero, vagabundo, bluesero del Delta del Ebro y juglar medieval ibero.
Usted le da mucha importancia a la letra: cuida la métrica, los ritmos, elige el octosílabo, como los cantantes cubanos.
Es verdad, me interesa el verso escrito para ser cantado. Tanto como material para la forma melódica, como en aspectos de métrica y en temas de prosodia. Estos asuntos me resultan muy atractivos, y conforme voy avanzando en el oficio me reservo algo de tiempo para estudiar esos temas, el secreto de cantar.
Hay un montón de personajes en el libro. Quizá el mejor retratado sea Compay Segundo. Un caballero y un pícaro…
Tenía una caballerosidad increíble. Era un caballero de antaño y lo llevaba muy a gala, y luego tenía ese punto guajiro del oriente cubano, muy oblicuo y muy picante. La conversación con él era una mezcla de jocosidad y de captura de señales que provenían de un siglo atrás porque él había heredado los cantos de sus abuelos. Con él tenías la sensación de estar accediendo a un siglo y medio de canciones. De acceder a la información de la que soneros de su época llamaban «tiempo España». Es decir, la Cuba de antes de la independencia, anterior a 1898.
¿Era un sabio o un virtuoso?
Era un depósito de saberes musicales y de experiencia vital. En lo musical era un verdadero maestro. Era un enclave de relaciones entre figuras del son, periodos de la historia del son, contactos con muchos músicos y experiencias. Él había sido muy famoso en los 50 en el dúo Los Compadres. Actuamos juntos varias veces, y recuerdo con mucho cariño nuestra cita, inolvidable, en Pirineos Sur.
¿Cree de veras que el son está presente en el rock?
Para mí sí. Cuando disolvimos Radio Futura, hice la antología de Compay Segundo y publicamos las antologías ‘Semilla del son’ y luego apareció el primer disco de Juan Perro, ‘Raíces al viento’, grabado en La Habana… La crítica catalana, que era dominante, no entendió mi paso. Ha costado muchos años crear una imagen reconocible, un vínculo, pero no cabe duda de que después de tantos años se pueden establecer muchos puentes entre la cultura del rock y la cultura sonera.
EL LIBRO
‘Semilla del son. Crónica de un hechizo’. Santiago Auserón. Libros del Kultrum, 2019. 166 páginas. Con fotos.
PROYECTOS
El disco. «Ahora no se venden discos. No es fácil asumir una producción musical compleja. El año que viene publicaré un disco de 12 canciones de Juan Perro, que había tocado en acústico, y y que he grabado con una excepcional banda de músicos de rock», dice el Premio Nacional de Músicas Actuales de 2011, galardonado en varias ocasiones por Aragón Musical.
BIBLIOGRAFÍA
Su bibliografía contempla títulos como ‘Canciones de Radio Futura’ (Pre-Textos, 1999), ‘Las canciones de Juan Perro’ (Salto de Página, 2012) y ‘El ritmo perdido. Sobre el influjo negro en la canción española’ (Península, 2013).
CUENTOS DE DOMINGO
Antón Castro
El cuento de la vida irrumpe por sorpresa con una fuerza inusitada. En estos tiempos convulsos, de regresión y de pantomima (Cataluña es un problema serio, pero también es un sainete de Arniches), conmueven actitudes como la de Miguel de Unamuno, el intelectual y el ser humano absorbido por el pozo de contradicciones que le despertaron la España de la II República y la que se abrió en canal con la Guerra Civil. La película de Amenábar, ‘Mientras dure la guerra’, es el relato de un individuo, perplejo e inseguro, que debe dar un paso al frente y lo hace con coraje y no sin miedo.
Aquí en Zaragoza pasaron algunos hechos conmovedores. Por ejemplo, en la calle Las Armas fue abatido Mariano Marruedo, padre de una niña, a la que no había bautizado, pero a la que llamó Libertad por esa nueva época de esperanza y progreso. Fue su abuela Inocencia quien la acogió y ayudó en su crianza; a los ocho años la llevó a bautizar. Le cambiaron el nombre, y pasó a llamarse Inocencia, Ino. Así creció, vivió experiencias muy bellas en el barrio del Gancho, y se casó con el topógrafo Gregorio Auserón. Tuvieron ocho hijos: Susana, que se murió al mes, Santiago, Luis, Mari Luz, Goyo, Teresa, Vicente y Pilar. A él lo llamaron los americanos y acabaron ofreciéndole un trabajo bien remunerado en la Base Aérea si aprendía inglés.
Así fue. El nuevo empleo en la sala de bingo, en la organización de fiestas y conciertos, y en otras formas de ocio permitió a la familia Auserón Marruedo pasar de la humildad de sus pisos en Las Armas y Aguadores a cierta opulencia en Mariano Barbasán, donde se oían buenos discos, de rock y jazz, y donde asomaban futbolistas como Yarza, Canario o Lapetra, y los propios soldados norteamericanos que traían discos y los dejaban en la casa.
Cuando murió Franco, un día Ino dijo: «Me he enterado de que ya me puedo cambiar de nombre y recuperar el mío». Lo hizo, pero no solo eso: aquella mujer vitalista, «una baturra sentimental, culta y salvaje, muy movida y juvenil», le pidió a su marido que modificase su nombre en el libro de familia, y a todos sus hijos en sus DNI y demás documentos oficiales. Quería recuperar el nombre perdido y quizá algunos de sus sueños. Era feliz viviendo la noche y escuchando a Radio Futura lo más cerca posible hasta que falleció en 2007. Su hijo mayor, Santiago, piensa en ella y en su marido, y susurra: «¡No sabe cuánto los echamos de menos!».
Entrevista de Antón Castro en El Heraldo.