17 de octubre de 2021
Quien conoce la carrera de Santiago Auserón (1954) sabe que siempre ha sido un músico curioso. Creció entre jazz y swing, y vivió de cerca la explosión del rock británico. Años después fue parte fundamental de una de las bandas emblemáticas del rock en español, Radio Futura.
Casi en paralelo, el artista ibérico practica la reflexión con rigor casi atlético. “Mi cerebro tiende a la abstracción”, comenta cuando habla de su faceta filosófica, lo conseguido en esa rama tampoco es menor, en 2015 obtuvo un doctorado en la Universidad Complutense.
Es en la literatura, donde Auserón ha hecho coincidir ambas pasiones. Semilla del son y El ritmo perdido, título recién reeditado por el sello Anagrama, son libros por los que fluye la autobiografía, el rock y en particular la necesidad de encontrarse dentro de una tradición lírica y sonora.
En esencia El ritmo perdido es un libro sobre el mestizaje y el origen, ¿no?
Así es. La búsqueda del origen de la polirritmia en la península ibérica conlleva una óptica de la civilización de la que formamos parte. Hay dos maneras de referirse a la hispanidad. Una es la imperial, centralizada en el punto de vista del descubrimiento del Nuevo Mundo y las guerras de conquista. Otra, es la hispanidad como un caudal de mediaciones culturales herederas del Oriente Medio y del Mediterráneo antiguo, y que supuso una cabeza de puente hacia el Atlántico para trasladar la herencia europea y contribuir al mestizaje con los pueblos autóctonos de América. En mi caso, me refiero al cultivo interétnico que configura no solo una comunidad lingüística, sino la posibilidad de un horizonte compartido en la creación cultural y que hace frente a las multinacionales que conducen a la cultura rumbo a un callejón sin salida. Debemos superar la pulsión de mirar hacia el pasado de España como si exclusivamente fuera un afán de dominio. Aquello se acabó hace mucho, ahora estamos en otra cosa.
El libro también exhibe a un músico de rock curioso.
Pertenezco a una generación que era casi fanática en el debate musical. Teníamos una curiosidad sin freno y queríamos oír todas las novedades sonoras. Nos empeñamos en defender criterios, pero con el tiempo uno aprende que la música no tiene fronteras. En mi caso esa curiosidad no se extingue y sigo buscando maneras de cantar el verso.
En tu libro el rock es apenas la superficie de una serie de búsquedas que te han llevado al jazz, al son y las zarabandas.
En casa de mis papás se oía mucha música norteamericana. Jazz, swing, Sinatra, etcétera. Los críos en cambio, íbamos buscando por las calles de mi ciudad, Zaragoza, las máquinas de discos donde a finales de los sesenta ya se encontraba la música de los grupos británicos que trasladaban a Europa el influjo de los bluesman, el jazz y el rythm & blues. Sin embargo, el poso de lo que escuchaba en casa permanece. Soy un oyente mestizo desde chico. Por querencia y educación autodidacta soy rockero y a estas alturas es difícil que lo deje. No voy a renegar del rock and roll.
Pero sí le has estirado bastante sus acordes básicos.
Me eduqué cuando la música popular eléctrica se convirtió en un producto artístico y experimental a pesar de que vendía muchísimos discos y llegó a mucha gente. Las cosas han cambiado. El negoció musical expulsó a los rockeros, investigadores, sellos independientes y músicos creativos. A nivel planetario el sistema se concentra en el mainstream, la música más comercial, manipulable y con menos contenido. Desgraciadamente esta ley se ha impuesto a escala mundial, pero existen focos de resistencia entre los que me incluyo, que intentamos recuperar la memoria de la música popular eléctrica como camino de investigación e incluso de conocimiento. Mi liga con el rock es el lenguaje directo, sencillo, emocional y que a la vez genera conocimiento.
En este sentido, la filosofía es importante. Dedicas un capítulo a la disyuntiva que enfrentaste entre el rock y la academia.
La pasión musical nació en la infancia, pero en la adolescencia descubrí que mi cerebro estaba constituido de manera extraña y tendía a pensar en abstracto. Es una condición de mi manera de ser. Gracias al estudio de la filosofía me muevo con libertad y dispongo de un sendero que cuando las cosas aprietan mucho, me permite salir a un paisaje respirable. Por otro lado, la reflexión forma parte de mi taller sonoro. Necesito averiguar cómo funciona la canción y los ritmos en relación con el lenguaje y la armonía. Cuando el canto se equilibra alcanza una convergencia entre sonidos musicales y verbales. Buscar ese misterio que al fin de cuentas es indescifrable, me apasiona porque nos pone en contacto con músicos, musicólogos y poetas.
Y en tu escritura se nota esta relación con los poetas en particular con los del Siglo de Oro.
Me fascina la literatura del Siglo de Oro, así como los grandes narradores y poetas mexicanos y latinoamericanos. Alimentan mi conciencia como ser humano y me ayudan a construir el verso. A través del libro busco la huella de la polirritmia de África y su desarrollo, incluso en las culturas del nuevo mundo. En la literatura del Siglo de Oro hay cosas curiosas que nos falta investigar. Tal vez la cantidad de esclavos negros no era significativa, pero esa minoría étnica dejó una huella tremenda. Al salir de los colegios jesuitas los escritores y poetas se iban a tabernas o burdeles donde se cantaban y bailaban música de diversas procedencias, eso se refleja en las obras de Lope de Vega y de Cervantes. La presencia del negro se volvió entonces un factor eminentemente musical pero también burlesco. La literatura de ese periodo refleja su presencia, pero también la psicología del amo blanco. Es un tema interesante, pone en la superficie elementos de la forma de ser de la Península Ibérica que luego se proyectaron en el Nuevo Mundo. Gracias a esto entendemos el complejo pasado de las Españas y su también complejo devenir en el Nuevo Mundo. No son temas que se puedan tratar a la ligera. Requieren un debate sereno y calmado. Hay mucho que aprender porque en medio hay una riqueza cultural inmensa.
Además, es un debate vigente. Hoy lo vemos con el tema del perdón solicitado por el gobierno mexicano o con las declaraciones de la extrema derecha española.
Es normal. Todavía no se ha generado un lenguaje comprensivo y que ponga el acento sobre los vínculos que nos unen rumbo al porvenir. La pelea por la interpretación del pasado no deja de tener interés. Que la extrema derecha española diga que gracias a la conquista se terminó con la barbarie es fruto de la ignorancia y del desconocimiento. Por otro lado, tampoco se nos puede ocultar que desde otras potencias internacionales se generó una leyenda negra para desacreditar al imperio español, a favor de otros imperios no menos crueles como el francés o el inglés. El exterminio casi absoluto de población autóctona se ha producido en Estados Unidos, no en otra parte. Esto no quiere decir que los españoles no cometieran tremendas crueldades y que la conquista fuera deshumanizada. Tampoco quita el hecho de que el español no comprendió la complejidad de las naciones autóctonas americanas. Creían que con la antorcha de la fe cristiana iluminaban el mundo y que lo diferente era inferior o bárbaro. No obstante, también hubo españoles defensores de la riqueza cultural de los pueblos americanos. Desde el padre Fray Bartolomé de las Casas hasta el inca Garcilaso, quien siendo mestizo hizo una defensa cabal del Imperio del Sol. Hay que fijarse en las historias más comprensivas y con matices para eliminar los slogans de la ignorancia. Es evidente que todos los pueblos conquistadores cometen tropelías y está bien que se pida perdón. A mí no me importa pedir perdón en nombre de mi país a pueblos hermanos. No tengo problema en adoptar el punto de vista de la humildad porque tenemos una tarea tremenda por delante. Los pueblos hispanos necesitan reunir armas culturales para el porvenir. Pero al mismo tiempo, ese perdón lo deberían pedir los romanos, la Iglesia Católica y los propios aztecas. Desgraciadamente la historia humana es una cadena de lucha por la dominación y el sometimiento. Quizá desde el punto de vista de una hermandad hispana se pueda trabajar hacia el futuro para poner fin a la intención de dominio anglosajón.
¿Qué opinas de la forma en que ha cambiado nuestra relación con el consumo de la música?
Estamos en una situación grave. El desarrollo de internet, la facilidad de las descargas gratuitas, el streaming que paga cantidades ridículas a quienes no están en el mainstream, están destruyendo la cultura y benefician la capitalización de la mercancía musical y audiovisual controlada por los epicentros de la comunicación como Miami, donde generan sus propios artistas, rankings, premios, etc. Controlan a base de estadísticas y matemática compleja los gustos de los consumidores. En estos momentos, el negocio está en manos de especuladores con poco interés en la creación musical y cultural. Condicionan el gusto de los más jóvenes, es difícil acceder a propuestas distintas. La televisión está llena de realities y talents shows. La radio reproduce lo que ya tiene peso como mercancía. Lo que no deja ganancias inmediatas queda fuera. Los rockeros, jazzeros, folcloristas y experimentales, salvo excepciones mediáticas, quedan fuera del negocio.
¿Hay algo de responsabilidad en los usuarios acostumbrados a cierta gratuidad de los productos culturales?
Tenemos que hacer frente a esos hechos con lealtad y sin ponerse nerviosos. Si alguien solo puede acceder a mis canciones de manera gratuita porque no dispone de trabajo o de un salario, no tengo problema. Los artistas necesitamos despojarnos del aura icónica de la genialidad. Debemos considerarnos trabajadores o artesanos con la posibilidad de hacer su labor bien, como sucede con otros oficios. La palabra cultura ya es muy problemática. Si hoy se le vincula a los talent shows o al streaming prefiero dar un paso atrás y pensar en términos anteriores a la época electrónica. Lo que más me interesa es el cultivo de las buenas formas, de lo eufónico, de las palabras hermosas, pero hacerlo sin elitismo ni desde la imagen romántica del genio a quien se le rinde pleitesía. Prefiero la imagen del artesano que hace un buen producto. Naturalmente cuando lo lleva al mercado espera obtener algo por ello porque de lo contrario tampoco puede comprar sus alimentos. El medio digital tiene ventajas e inconvenientes. Nos permite hablar a pesar de la distancia, y eso es magnífico, pero entre los inconvenientes están la degradación del contenido cultural en mercancía sin contenido sustancioso y el condicionamiento del gusto mayoritario. El arte no es un impulso electrónico simple, obedece a química cerebral, mecánica y dinámica de los pies y de las manos. El arte es una complejidad que no puede reducirse a mercancía fácil. Los artistas y nuestros leales seguidores tenemos que formar una avanzadilla de resistencia. El porvenir está siendo abandonado por la gran industria. Los grandes potentados se dan cuenta de que están destruyendo el planeta y que no tendrán un sitio respirable para la vejez. Que se vayan en las naves de Richard Branson. Si los quitáramos de en medio tal vez podríamos reorganizarnos de otro modo.
Entrevista de Héctor González para Aristegui Noticias.