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29 de enero de 2020

Santiago Auserón: “En un mundo que parece irse al carajo, el arma humana es la canción”

Vive atendiendo tres cosas distintas: la letra, la música y la reflexión. Por eso agradece su insomnio, que le deja unas horas extras para leer. Santiago Auserón es músico, cantante y filósofo. Su política es la canción y su libertad se traduce en una identidad canina rastrojera y vagabunda que consolidó tras la disolución de Radio Futura, de la que fue vocalista y fundador, y luego de un viaje a Cuba que le abrió los oídos a la riqueza y el carácter del son. Camina desnudo, pero no desarmado, por un mundo en el que un sendero lleva al éxito comercial y el otro, dice, al rigor de la palabra, al pensamiento en marcha contagiado, al sueño de un futuro ilusionante. Eligió transitar por el segundo.

Juan Perro vendrá a Colombia por primera vez en el marco del Hay Festival. Estará compartiendo escenario con cinco jazzistas en Cartagena este jueves y en la Plazoleta del Museo de Arte Moderno de Medellín el viernes 31 de enero.

¿Qué pasó en Cuba que lo condujo a reencarnarse?

Ese país me abrió los ojos, los oídos y el corazón al mostrarme que, como rockero, estaba buscando la tradición norteamericana heredada del blues, del jazz y del rock and roll en una lengua que no era la mía. En Cuba descubrí a negros y mulatos cantando con soltura —y casi podría decir descaro— un verso en español más rico, en sentido, en imágenes, en sonoridad y en rítmica, que el que llevaba años intentando escribir.

Entonces, la música popular va más allá de la herencia anglosajona…

De hecho, me ha costado décadas entender que debemos recuperar las tradiciones ibéricas y del cono sur que tenemos en el milagro de una lengua compartida para mezclarlas con esa herencia y acabar de dar el color, el carácter y el estilo a las nuevas músicas populares. Hoy tenemos la oportunidad de profundizar, ya sin duelo ni sufrimiento, lo que significa el intercambio deseado, no impuesto, entre las culturas indígenas, africanas y las culturas romances del sur de Europa, no para enfrentarnos al norte y a su tradición, sino para mostrar que tenemos algo que aportar con otro tipo de inteligencia que no se reduce a la velocidad del dólar, sino que tiene otras sensibilidades para entender los ritmos de la vida y del cosmos, otra manera de contemplar la luz.

¿Cómo hacerlo en un momento en el que las plataformas de consumo musical tienden a la homogenización de las culturas?

Tenemos celulares llenos de miles de canciones, pero ninguna nos permite reconocer el camino. La pasión por las artes no es un problema de soportes, sino que es contagiada de persona a persona con almas dispuestas en medio de los amigos, la esquina del barrio, el bar, la escuela. Aquellas plataformas son una mercancía de la que podríamos prescindir, un modo de numerización secundario con el que debemos tener cuidado para no reproducir formas de esclavitud. El formato original que nos produce calor interno y nos libera, que nos hace humanos y nos iguala a todas las etnias y lenguas, es la canción.

¿Por qué la canción?

Porque es ahí donde se produce el contagio, donde se lanza el chispazo. Es liberador recuperar la memoria de las canciones, que están con nosotros desde el origen de la tribu humana al igual que el lenguaje. En un mundo que parece irse al carajo, si no tenemos cuidado, nuestras armas, las verdaderas armas humanas, son las de la poesía, las artes, la música, el conocimiento y la reflexión. Agarrarlas nos va a salvar, si es que tenemos salvación.

Justo eso propone el Hay Festival, imaginar el mundo…

Me siento cómplice de la voluntad de este evento, que es repensar nuestra realidad en medio de las artes, pero también de otras disciplinas, para que surja un nuevo pensamiento latinoamericano que nos permita reconocernos no solo como un horizonte abocado a la destrucción.

¿Cómo conversan la música y la filosofía en su vida?

Siempre tuve ansiedad por la cultura, pero dedicarme a la música como oficio fue una cosa azarosa. Era estudiante del doctorado de filosofía cuando entré en el local de ensayo de Radio Futura. A partir de ahí mi vida es triangular: lo que hay entre lo lingüístico y lo musical, ambos fenómenos sonoros, es un misterio fascinante que me obliga a la reflexión. Entonces me veo metido en un buen lío: vivo por la letra, la música y la búsqueda del pensamiento. Pero una vida no da tiempo para hacerlo todo bien. Me da igual. Mi pelea es hacerlo lo mejor que puedo y ya está. El insomnio me da horas extras para atender este camino.

¿De dónde salió Juan Perro?

En castellano, la palabra perro es bastante dura. En España, a los esclavos negros se les decía: “Oye, ven acá, perro”. Además, me encontré con los perros ilustrados de Miguel de Cervantes, en el Coloquio de los perros, y con los voladores y cantantes en Investigaciones de un perro, de Kafka. Supe que en la Galicia medieval hubo un trovador Juan Zorro. Con todo eso reconocí mi pedigrí, mi identidad fue definida indefinidamente.

Antes de eso, antes de Radio Futura, antes de crecer, ¿qué eran las letras y la música para usted?

Mi tío Mariano, hijo de un republicano fusilado, tenía una estantería repleta de librillos pulga. “Cuando muera, todos serán para ti”, me dijo. Un día le dio un infarto fulminante camino al teatro de cine El Dorado, en Zaragoza, donde laboraba como acomodador. Mientras velábamos su cadáver, la estantería cayó al suelo con todos los libros. Ahí supe que era una señal para heredarlos y, como buen niño de 10 años con tremenda propiedad, los leí todos. El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde fue, para mí, lo mismo que fue la decimonovena crisis nerviosa de los Rolling Stones, 19th Nervous Breakdown, cuando la escuchaba en la entrada de un billar en el que jugaban los mayores con patillas y pantalones bota campana, al que no podía ingresar por pequeñín. Adentro había una vitrola cuyo eco me enseñó el rock and roll. Ambos fueron una revelación.

Entrevista de Paulina Tejada para El Espectador.