Cuaderno


20 de octubre de 2014

Sobre "Razón de Son" de Raúl Rodríguez

Ha recorrido mundo con Martirio, con el Son de la Frontera y con Kiko Veneno, entre otros, antes de editar su primer álbum de canciones propias: Razón de son. Definitivamente enriquecido por el sentido que adquirió en Cuba y en México, el vocablo castellano retorna en busca de su antigua hondura. Funde en un toque de campana la aleación de palabra, ritmo y armonía: en torno al son se junta el círculo de las ánimas. Juega además a confundirnos con el verbo ser, de modo que, cuando el son llama, dan ganas de preguntarle: ¿quiénes son?

En este son hay ánimas dispuestas a reencarnarse. Es una vieja raíz indoeuropea que se embarcó para transformarse en euroindiana. Estamos en el extremo opuesto de aquellas cátedras en las que se inventó la pureza de la raza. Además de músico experto, Raúl Rodríguez es lúcido antropólogo, tiene una visión clara de la pluralidad que le da al son dinamismo y su razón de ser. Antiguas, nuevas, numerosas –porque afluyen de todas partes para entrar en lógica resonancia– las razones del son se juntan en un arroyo del que beben por turnos el corazón y la inteligencia. "Sonoro cristal", decía Luis de Góngora. A Raúl Rodríguez le he visto desde niño educarse en ese nivel de conciencia nuevo para el arte popular. Su álbum de canciones y reflexiones musicales señala el rumbo que están tomando la música y la sociedad españolas.

Raúl Rodríguez "retrocede hacia el futuro" –como él dice– para reconocer cantes y toques añejos que mantienen su vivacidad a ambos lados del charco. Ha transformado de nuevo una guitarra que fue española, se hizo cubana y ahora reclama el "protoflamenco" del que nació, como cristal en su agua madre o un raudo pez en busca de plancton. Todavía se estaban gestando palos andaluces cuando en el Oriente cubano el tres tensaba sus cuerdas para ensayar los primeros tumbaos. En manos de Raúl Rodríguez –y en las de su luthier de Triana– las cuerdas dobles del instrumento han decidido poner a prueba sus metales en falsetas, rasgueos y remates flamencos.

Este son germinal llega con valentía de inventar palos y de ponerles nombre, de cocinar en sazón para que el guiso resulte memorable, de hacer la revolución alegre que asegura el curso de las tradiciones: el "punto flamenco" responde a su cita de siglos con el campo de Cuba; la "sonería" devuelve el compás binario americano a su matriz de doce tiempos, flamenca y africana; la "blueslería" canta a los mitos de la contracultura de Sevilla. Otros géneros recobran conciencia de su linaje: el "fandango indiano", la "caña" de aire barroco, la "petenera veracruzana". Raúl Rodríguez elabora una suerte de "folclore imaginario" –con expresión del noble José María Vitier– al que hay que prestar oído, porque las esencias de la tierra cruzan la imaginación antes de convertirse en mundos; y hay que seguir inventando, para que nadie gobierne en nombre de ideas muertas.

Con su Razón de son, Raúl Rodríguez parece estar tomando el testigo de la invención en la música popular española; su voz entra en la escena del cante curtida y bien templada; sus sones representan logros admirables, por calado poético y por eficiencia musical. Hallazgos como Razón de son, El negro curro o La caña integran aires americanos y andaluces, toques con electricidad de rocanrol y de flamenco festero; condensan la leyenda en décimas y cuartetas chispeantes de osadía. El artesano iluminado y el antropólogo riguroso se juntan con los pájaros del alba para rescatar un son casi olvidado. Su inspiración enciende emociones de siglos pasados y venideros.