Cuaderno


07 de noviembre de 2015

Tres escenas en la historia reciente de la música popular española. Escena segunda: “El que no esté colocao que se coloque” o el corpus de la movida.

En un concierto celebrado en 1984, en el Palacio de los Deportes de Madrid, el respetado profesor Enrique Tierno Galván, alcalde de la capital desde las primeras elecciones municipales en democracia, declaraba ante una multitud fervorosa: "¡Rockeros, el que no esté "colocao" que se coloque... ¡y al loro!". Durante los últimos años de dictadura, Tierno Galván era mentado con frecuencia en reuniones de facultad y conversaciones de taberna como adalid del cambio y protector de jóvenes que habían cruzado el umbral de la clandestinidad. Entre las siglas de partidos de oposición al Régimen que pululaban en medio universitario, las de los grupos socialistas no hicieron aparición hasta muy tarde, cerca ya de la muerte de Franco. Las primeras en dejarse ver fueron las del PSP, partido fundado y liderado por Tierno Galván, que pronto se iba a ver desplazado por el PSOE, más hábil para negociar apoyos internacionales.

Resulta obvio que Tierno Galván tenía algún interés por atraerse la complicidad de la juventud madrileña, ante la cual supo hacer valer su casticismo de corte tradicional. En aquel entonces estaba de moda decir "estar colocao" y "estar al loro", junto con otras expresiones de la jerga del hampa. El uso de estupefacientes era frecuente entre los asistentes a los conciertos de rock, entre la clientela de los numerosos baretos musicales del centro, donde se juntaban hijos de familia bien y visitantes de la periferia obrera que, en cierta proporción selecta –según el look–, alternaban también en galerías de arte y en fiestas particulares. Hay que decir que la exigencia del look era, al principio, bien humilde: bastaba con un arete en el lóbulo, con un simple pin en la solapa de una prenda de segunda mano, para ser admitido en ambientes de lujo nunca visto. 

El Viejo Profesor quiso sumarse a un cierto estado de unanimidad patente en muchas casas y calles de Madrid, mostrarse como un padre tolerante con chavales que se estaban esforzando por salir de la pobreza, que estudiaban con dificultad, que habían soportado la represión policial ante cualquier manifestación de su ansia de libertades. Probablemente pensara don Enrique que las nuevas generaciones merecían una fiesta, una catarsis coral, quizá pensase que no irían mucho más alla de los "cubatas", puede incluso que sus asesores no le tuvieran al tanto de la extensión del consumo de drogas más duras que las "anfetas" –habituales entre universitarios en época de exámenes, todavía de venta en farmacias sin necesidad de receta– o los derivados del cannabis, que ya se hablaba de legalizar. Pero hay que insistir en el hecho de que el paternalismo de Tierno Galván tenía un componente político evidente, expresaba el deseo de conducir el voto juvenil y de canalizar una energía masiva desconocida. 

La extensión de los usos verbales del hampa a los círculos artísticos y a las clases altas no era un hecho nuevo en la sociedad española. La lengua de germanías ejerció un influjo notable en las mejores letras del Siglo de Oro, escritas por alumnos de los colegios jesuitas. En el último cuarto del pasado siglo, por segunda vez se producía en la sociedad española un movimiento de ascenso de las modas sonoras y bailables, parte significativa de una ética del goce inmediato, contrapatida exacta de la relajación de costumbres o "descenso" moral de los señoritos. En tiempos de Cervantes, los hijosdalgo se echaban a la "vida airada" de los caminos igual que sus descendientes en la Transición contribuyeron a llenar cada noche el Rockola y los bares de Malasaña.

En ciertos locales, se pasaba con facilidad del consumo de drogas baratas a sustancias más selectas y peligrosas. Hubo regentes de club nocturno que regalaban papelinas de "caballo" a los clientes habituales, personalidades del mundo del arte que traían mescalína sintética de sus periplos internacionales, se hablaba de maletines de "coca" de un alto grado de pureza pasados por valija diplomática y había traficantes con dirección conocida por todo el barrio, salvo –aparentemente– por la policía. Usos mejor sufridos y tratables con holgura económica que en la clase trabajadora llevaron, en cualquier caso, la muerte a muchos hogares de todas las clases sociales.

El deseo de experimentar sensaciones generalizado entre la juventud española supuso un capital de energía aprovechable en diversas direcciones: por individuos sin escrúpulos, por empresas multinacionales, por los media atentos a la velocidad de los cambios y por los partidos políticos conscientes del alcance del voto juvenil. En un cuerpo social recorrido por las intensas vibraciones de lo nuevo, durante unos años todo el mundo decía ser roquero, no hubo marca comercial que no hiciera por asociarse con la imagen del sonido eléctrico en vallas publicitarias y en anuncios de televisión. Automóviles, bebidas refrescantes o alcohólicas, prendas de vestir y artículos de higiene o de tocador compitieron por el rostro de los nuevos músicos famosos. Hasta las abuelas se hicieron cargo de las modas musicales y de sus usos léxicos. 

Elías Canetti, en Masa y poder, decía que del término latino "movita" derivó el nombre de "muta" con que los antropólogos designan al pequeño grupo de guerreros o cazadores primitivos. En romance de rufianes de época áurea española, "motar" significaba hacerse con el bien ajeno. La "movida" siguió puntualmente esa etimología cabal, pues al uso del término en los círculos del arte y en los medios de comunicación precedió el de los delincuentes listos para "dar un palo" o el de los compradores que iban a "pillar" droga. La riqueza del argot del hampa es proverbial: procede por contagio metonímico, rápido y directo en sus derivas, sin aguardar la sanción de las metáforas reguladas como tópicos de academia. Los términos citados en la famosa expresión de Tierno Galván pertenecen al mejor linaje de la polisemia electrizada por el acecho y por la sustracción a la norma: "estar colocao" da a la estupefacción un sentido de posición, de pertenencia a un cuerpo que no necesita hacerse explícito. Más que curiosa es la homonimia con el sentido laboral de la expresión, del todo opuesto a la holganza que se asocia con el consumo de drogas. "Al loro" significa permanecer al tanto de un mensaje preferiblemente disimulado, consigna para la acción o aviso para la fuga. El hecho de que el aparato de radio o el reproductor portátil de música grabada se llamase "loro" implica un desplazamiento de sentido hacia la esfera de las telecomunicaciones, no sin incorporar un matiz burlesco de repetición cansina.

Generalmente hablamos de corpus jurídico o literario y también de "cuerpo social". En la misma perspectiva semántica, cabe sostener que la "movida" formó un corpus de usos no regulados ricos en posibilidades de sentido, fue expresión de unanimidad que, integrando las más bajas capas sociales, quedó en disposición de convertirse en potencial mediático y político. En el terreno de la experiencia individual, como bien sabemos, los resultados fueron demasiadas veces funestos. Pero, desde cierto punto de vista colectivo, la captación de la energía juvenil y de las clases sociales inferiores fue todo un éxito: el corpus de la movida fue conectado –su energía técnicamente transferida– a las empresas multinacionales, a los grupos de comunicación, a los partidos mayoritarios y a los tratados internacionales. Una vez culminada esa operación a gran escala, las clases dirigentes no estaban dispuestas a seguir arriesgando el futuro de sus hijos. La adhesión pública al rocanrol dejó de ser atractiva, quedando otra vez marginada cualquier consideración de orden puramente sonoro o estético.

Publicado en La circular Nº3