02 de junio de 2011
“Cualquier gobernante de una ciudad o plaza fuerte, en cualquier parte de nuestro país, es un salteador de caminos que en nombre de Dios y su Profeta hace la guerra y siembra el desorden, entregándose a continuas incursiones contra los bienes de los musulmanes, permitiendo a sus tropas acosarlos por los caminos de la región, contra cuyos habitantes está en guerra, imponiendo contribuciones abusivas y una exacción por cabeza de los musulmanes,* autorizando a los judíos a percibir aranceles sobre las vías más frecuentadas, alegando que les obliga a ello una necesidad que no puede hacer lícito lo que Dios ha prohibido, aparte del hecho de que con tales impuestos solamente aspiran a reforzar su autoridad en lo que ordenan y prohiben. No os llaméis a error ni os dejéis engañar por estos malvados que se arrogan el título de juristas y cubren con piel de cordero sus corazones de bestias feroces, que doran con la apariencia del bien la maldad de los perversos, prestándoles apoyo para cometer sus fechorías (...). El dinero arrebatado a los musulmanes contra todo derecho pasa a ser poseído por el tirano que los domina y se vuelve entonces como fuego: a continuación se lo entrega a sus soldados más fieles, sobre los que se apoya para fortalecer su propio poder, asegurar la buena marcha de su régimen, someter a sus enemigos y librarse a ataques contra los súbditos de otros tiranos que escapan a su obediencia, o a los que exige que se le sometan. Y así el ardor de ese fuego que es el dinero se multiplica, pues los soldados del ejército lo utilizan luego para los negocios que hacen con comerciantes y artesanos, y en manos de los mercaderes se convierte en escorpiones o víboras. A su vez los comerciantes compran con ese dinero aquello que necesitan a los otros súbditos del tirano, de tal suerte que las monedas de oro y plata se transforman en ruedas que circulan en mitad del infierno.”
* El Corán prohibe tanto la imposición de tributo como la usura. Los señores musulmanes esquivaron estas prohibiciones dejando en manos de judíos la exacción y el manejo de sus riquezas. El tributo por cabeza solamente se aplicaba a los infieles. A cambio se toleraba la práctica de su religión. Ibn Hazm denuncia que en su época se aplicara también a los propios musulmanes, con la excusa de la necesidad de obtener medios para financiar la guerra. Es significativo el hecho de que en nombre de una religión se acabe por justificar la violación de su preceptos. Parece claro que la religión no es suficiente para frenar la alianza perversa de la riqueza con el poder, sobre todo en una sociedad multiétnica.