Grabación en la Habana


Las primeras canciones de Juan Perro se estrenaron compartiendo escena con Kiko Veneno y Raimundo Amador, en 1993. Al año siguiente, Juan Perro reunió a una banda de excepción: el batería Tino di Geraldo, el contrabajista Javier Colina, el percusionista Luis Dulzaides, el guitarrista flamenco Agustín Carbonell “El Bola”, y el guitarrista eléctrico galés John Parsons, rodaron los temas de Raíces al viento antes de ser grabados, a lo largo de un semestre sembrado de hallazgos e intercambios rítmicos. Junto con el productor inglés Joe Dworniak y su técnico Matt Kemp, y la manager madrileña de Radio Futura, Paz Tejedor, nos metimos en el mismo vuelo hacia La Habana, en el mes de noviembre de 1994. Por añadidura, iba en el mismo aparato el cantaor Nano de Jerez. En aquella época todavía se fumaba, se bebía y se deambulaba por los pasillos en los vuelos internacionales, de modo que el Nano tardó poco en arrancarse por bulerías, con el soporte de Tino y el Bola, aliviando a la tripulación la monotonía del viaje.

 

Desde la llegada al hotel Riviera, junto al Malecón habanero, nos percatamos de que todo iba a seguir por derroteros parecidos. En la planta baja del hotel se alojaba el Palacio de la Salsa. Una hilera de muchachos y muchachas, con atavíos de fiesta, hacía cola a la caída de la tarde para colarse como invitados de algún turista, y bailar al son de NG La Banda, La Charanga Habanera o El Médico de la Salsa. Cruzar la recepción mañana y noche era como atravesar un parque temático de tentaciones, rozando el umbral de las Calderas de Pedro Botero. Todos los domingos, a la hora de la siesta, sonaba desde la piscina el trueno del bajo de Juan Formell con los Van Van, haciendo vibrar el edificio.

 El estudio cada mañana se llenaba de visitas, el bar de tempranos tomadores de ron blanco o añejo. Antes de que nos diese tiempo de avisar a Tata Güines para que viniese a poner congas en el disco, apareció como por arte de magia, como un dios de la rumba con zapatos de punta metálica. De inmediato quiso escuchar
 
las canciones y empezó a adiestrarnos en los ritmos de la negritud cubana. Tata fue el guía de toda la grabación, dando sabios consejos durante el día, señalando con cautela cuanto pudiera sonar ”gallego”, conduciéndonos de noche por los espectáculos de mayor temperatura musical.
 
El Bola bailaba flamenco en mitad de la calle San Miguel, a la salida del estudio, jaleado por el vecindario. Luis Dulzaides, cubano de nacimiento y exiliado con pocos meses, recibía en el estudio a su familia carnal con lágrimas en los ojos. La parte británica del equipo veía caer en entredicho su flema proverbial (ya muy expuesta al trato habitual con hispanos), exclamando “oh, my God” a cada rato.
 

Cuando acabó la primera semana, dedicada a las tomas en directo, y la banda estaba haciendo las maletas para volver a Madrid, Javier Colina, que había adquirido la costumbre de empezar la jornada sentado al mismo piano en el que grabó Nat Cole, pidió aclarar las cuentas de su caché; y licencia para acompañarnos durante todo el resto de la grabación.

A diario La Habana nos regaló situaciones y presencias musicales inauditas. Conocimos al gran tresero Pancho Amat, un mito en boca de toda Cuba, metiendo por primera vez lirismo y candela en las canciones de Juan Perro. Recibimos al guitarrista Sergio Vitier –hijo de los poetas Cintio Vitier y Fina García Marruz-, al

bongosero Alberto “Lanoche” Hernández, del grupo de Adalberto Álvarez. Enrique Lazaga, que formó parte desde los cincuenta de la Orquesta Ritmo Oriental, tocó admirablemente el güiro y las maracas.

Tata Güines, además de sus tumbadoras, aportó su sección de batá al completo, el estudio se llenó de voces cálidas y misteriosas. Muchos días de trabajo y conversación intensos, con sus noches de prospección musical por cabarets y clubs de la ciudad, hicieron aconsejable dejar las mezclas para después de un descanso. Nos dimos cita en Londres, una semana más tarde. Salimos de La Habana con las cintas de Raíces al viento bien sujetas, rogando a los santos de Cuba que protegiesen la huella grabada de mes y medio de hechizo musical.