18 de abril de 2009
–Pero, ¿qué es lo que hace Juan Perro que no pueda hacer Santiago Auserón?
–Buena pregunta. Reírse más, sin duda. Tomarse el trabajo y los avatares del trabajo con mejor humor.
–¿Cómo es el material inédito que adelantará a través de su álter ego?
–El propósito de esta gira es rodar canciones nuevas sin estar supeditado al registro fonográfico. Vamos a concentrarnos en la vida de estas canciones para que puedan salir a la calle, crecer como hijas, que pasen la primera comunión, si acaso sin llevarse todas las hostias. Hay un círculo de fieles que soporta mi trabajo, mi búsqueda.
–¿Y no piensa recogerlas en un CD?
–De hecho, los discos no existen. En todo caso, como interrogante: ¿qué va a pasar cuando salgan a la calle? No se si este negocio se expresa en términos de canciones, ni siquiera en términos de negocio.
–¿Y colgarlas en internet?
–En parte, me parece un contrasentido hacer una producción en la que tengas que contratar a gente para luego regalarla. Y que conste que estoy a favor de que la música circule con alegría. ¿Qué es esto de llamarles piratas y tacharles de criminales? Que cada uno descargue lo que le de la gana. Es más: cinco de mis nuevas piezas se escuchan gratis a través de Facebook.
–El vagabundeo de Juan Perro, ¿dónde le ha llevado ahora?
–Mis últimos periplos han sido por el soul rural cubano y la improvisación del jazz. Y ahora Juan Perro inicia nueva etapa. No sé si llegará al número de vidas de los gatos, pero de momento tengo dos. Desde 1993, edité cuatro discos: 44 canciones. Casi el mismo número de piezas que Radio Futura. Y ahora, con las 15 nuevas piezas, ¡hasta supero al grupo! Tras cinco años trabajando, buscando ideas, mi intención es equilibrar los sonidos cubanos con las raíces afroamericanas y recuperar la herencia del blues, del r&b y del rock’n’roll primitivos. El componente sonero con la parte afroamericana en inglés, yendo hacia atrás. Tengo la manía de recuperar tiempos que se han ido, quizá demasiado rápido.
–Atrás quedó también Radio Futura y la movida madrileña. ¿Qué es lo que le interesa de esa época?
–Lo que me interesó ya entonces fue el descaro; la fuerza de lo intrascendente. Y me aburre cuando se pone trascendente, se toma a sí misma como modelo de algo; cuando se mira en el espejo para ver qué cara tiene parece la bruja de Blancanieves.
–¿Sobre qué temática giran sus nuevas composiciones?
–Mis letras han perdido esa especie de voluntad reflexiva, de explorar los moldes de la tradición lírica y tratar de meter imágenes nuevas en la tradición cantada de otro tiempo, con un léxico que ya no se usa. Ahora las canciones me exigen claridad, ir al grano, contar la historia con los mínimos elementos, no torcer ni enredar las imágenes. Aunque mis nuevas canciones tengan dos niveles de lectura. Río negro, por ejemplo, es un blues en español que lleva esa expresión de negritud que hay en toda mi discografía y que va de un minero juerguista que se da a la mala vida y tiene que huir para escapar de sus fechorías, pero también es una metáfora de la juventud que todos quemamos más o menos rápida. Hay otro plano de las ideas que circula igual de rápido.
–No parece fácil de conseguir.
–No lo es, pero es divertido.
–¿Cómo va su doctorado en Filosofía sobre el papel que juega la música y el sonido en el pensamiento? Su guía en la tesis es José Luis Pardo, cuyo último libro se titula: Esto no es música. Curioso, ¿no?
–Bueno, voy muy lento. El sonido musical no verbal y la palabra cantada y recitada van teniendo consecuencias por el paso de los siglos muy importantes. Y hay hechos que parecen sugerir que estamos cerrando un ciclo de tres milenios en el que la canción popular vuelve a incidir de manera muy directa en la construcción del pensamiento, como en los tiempos de la tradición oral.
–¿Cómo es que sigue viviendo en Barcelona? Cada vez hay más músicos que eligen esta ciudad...
–Algo querrá decir... Seguramente, que hay un circuito más activo; que fluyen y triunfan las ideas.