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01 de diciembre de 2019

Ante ese mágico ritmo cubano

En los años ochenta, Auserón experimentaba el hervidero de propuestas culturales después de la dictadura de Francisco Franco en España. Con la banda Radio Futura viajaban en furgoneta a pueblos con una gira de conocimiento, en la que aprovechaban para discutir mucho sobre música. 

Entre sus objetivos querían alcanzar “con el verso español la flexibilidad de la lengua inglesa y de los ritmos internacionales”, comenta en su libro, y añade más adelante: “El inglés cantado con acento créole en Jamaica se asemejaba a la sonoridad del castellano, los jamaicanos habían difundido por el mundo una cultura musical contemporánea. No tardamos en deducir que aquel lugar idóneo debía de ser Cuba” (pág. 49). 

Llegaron los primeros éxitos de Radio Futura y también un viaje a Cuba, la semilla del son, y de este libro. Santiago va de un lugar a otro en busca de aquello que provocó un movimiento marginal de la cultura de su país. En esa estancia descubrió que su lengua natal era hablada “por rostros de rasgos africanos”, con dichos olvidados en España, frases del Siglo de Oro, en esa mezcla que además entraba en otra función de la música, un jazz latino distinto, diferentes sonoridades pegajosas que llenaban ese encuentro en las pistas de baile de hoteles o cabarets. 

“Todos los caminos musicales en Cuba parecían conducir a una misma fuente: un son que, para nuestros oídos, guardaba su antiguo sentido genérico, pero no el significado específico que ya teníamos prisa por descubrir” (pág. 51).

En su obra, Auserón va hacia el rastro del influjo negro en la canción española y ofrece un panorama completo de la música popular cubana. El aplomo y la soltura del son desenmarañan ese camino que ha seguido el autor, con muchas visitas a la isla caribeña. 

Pero la música de sus amores también la practica con el proyecto Juan Perro, que inició en 1994, en el que combina las tradiciones musicales afroamericana, afrocaribeña e ibera. Entre sus discos se encuentran Raíces al viento (1995), grabado en La Habana, así como La huella sonora (1997) o Mr. Hambre (2000). Del primero menciona cómo lo fue armando de manera concentrada y metódica, así como los músicos que intervinieron en la grabación: Tino di Geraldo en la batería, Luis Dulzaides en la percusión, Javier Colina en el contrabajo, John Parsons en la guitarra eléctrica y Agustín Carbonell, El Bola, con su guitarra de palo. Las fotos en el estudio documentan esta parte de apertura en su carrera. El resultado de este disco no cayó bien entre los seguidores de Radio Futura, sin embargo, ya establecía muy bien las coordenadas de sus rumbos musicales. 

Compay Segundo, en antología 

La Antología de Francisco Repilado, Compay Segundo, que salió en 1996, es otro de sus highlights. Para un sonero de corazón era obligado entrar en contacto con uno de los que esparcieron la semilla como Compay, con quien entabló una amistad que fue más allá del estudio de grabación, y a quien ya había invitado a hacer una toma en su disco Raíces al viento, que no se utilizó en la mezcla del disco. La prueba, una foto en la página 117. El tema Ry Cooder y Buena Vista Social Club y su impacto mundial con el son también es abordado por Santiago. 

Auserón recuerda las charlas instructivas de Compay a sus músicos y las dificultades de grabar, hasta su historia personal en las plantaciones de arroz en China. Entre trago y trago vinieron las canciones, y la producción de Auserón apuntaba a quedar a como demandaban las pegajosas notas. Trae también a la memoria el regalo de Compay: una trilina, con la que lo armó caballero del son; bromista como era el cubano no tardó en “cobrarle” 200 dólares por el instrumento. 

Hay además imágenes con músicos cubanos como Andrés Echevarría, Niño Rivera, El Guayabero, Omara Portuondo, Pancho Amat, entre otros. Presente también en instantáneas como parte del testimonio de una pasión desbordada que lo hechizó para siempre.  

Reseña de Israel Morales publicado en Milenio.com