09 de octubre de 2010
Juan Perro irrumpió en la plaza de Santa María ataviado con traje gris, camisa negra y sombrero oscuro. Enseguida se cubrió la cabeza y tras apropiarse del asiento descorchó la botella con un blues de letra sencilla: «La gente va dormida sin prestar mucha atención. A ver si cae del cielo una canción».
Pero del techo lucense sólo caía lluvia a chuzos. «Agüita de San Froilán», apodó el letrista que pese a todo se declaró satisfecho con el montaje de la carpa y el escenario. Un ambiente tan bucólico hizo brotar de sus palabras: «Vosotros, la ciudad, el conjunto de piedras y meigas, nos regaláis una noche absolutamente inolvidable».
Debió de ser verdad. Desde el inicio observamos al filósofo decidido a tirar del carro, buscando el camino de estrellas que una vez más dibujó en el cielo. Con jazz, son y aires flamencos fue dejando a un lado al carruaje de mulas cansino que cita la canción y buscó en la noche dónde abrigar los 23 temas que completaron casi dos horas de concierto.
La guinda la colocó Auserón al interpretar al principio dos de sus trovas en gallego, Pouco talento y A misteriosa: «Rompen as ondas/ barcos galegos. Para a pesca do norte/ van de Marrocos. Voltan as redes/ rotas de pena/ baleiras de peixe./ Non hai faena», recitaba el viajero con su estilo de ritmos y frases entrecortadas. .
El detalle se merecía una emocionada ovación que el cantante abrazó con un «grazas». Tanta atención rindió incluso a quienes siguen enamorados de la moda juvenil. Pero el viernes pudieron comprobar que el cantante tiene algo de serpiente y que cada cierto tiempo necesita mudar la piel tal perro flaco merodeando bajo la mesa del restaurante.
Con José Rasca recordaba al fallecido Joe Strummer, fundador de la banda punk The Clash, a quien situó junto al esperpéntico Max Estrella, personaje teatral de Valle-Inclán. Para aullar como un lobo sólo tuvo que inspirarse en la armónica de Vinyals en otro de esos temas que parecían pensados para el cine independiente rodado en Nueva Orleans. Y tras felicitarse por que el Katrina no se hubiera llevado también de allí la música, olvidó los zapatos para meter los Pies en el barro, improvisó en inglés y se despidió sin más penas desde su Jardín botánico.
Crítica de Carlos Vázquez para La Voz de Galicia.