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21 de septiembre de 2019

El último viaje de Santiago Auserón por las tierras del maestro Guayabero

Entre rones, lo recordábamos en uno de los improvisados camerinos de la Fábrica del Arte de La Habana el pasado mes de julio, cuando se presentó allí como Juan Perro, heterónimo que mucho tiene que ver con Cuba pues fue en La Habana donde Auserón grabó en 1994 Raíces del viento, su primer disco como solista, durante unas jornadas memorables en los legendarios estudios de la Egrem donde el percusionista Tata Güines ejerció de maestro de ceremonias y también de vigilante para que aquel álbum no sonara “gallego”.

En 1991, con la ayuda del poeta y periodista Bladimir Zamora, Auserón ya había hecho Semilla del son, aquella inmortal antología que se adelantó a su tiempo en el rescate de la música popular cubana y de sus grandes soneros. Pero, a lo que vamos: si 1984 fue el año del primer contacto, cuando descubrió en una tienda de Centro Habana una cinta de sones de doble sentido de un tal Faustino Oramas; y 1989 fue el de visitar al Guayabero en su tierra holguinera, encuentro que le cambió la vida; y 1991 el de Semilla del son; y tres años después el de la grabación de Raíces, con Javier Colina al contrabajo e invitados cubanos de lujo como el gran Tata, el tresero Pancho Amat o el guitarrista Sergio Vitier, queda claro que para Auserón la música popular cubana ha sido una pasión vital y una escuela a lo largo de su carrera.

En uno de sus muchos viajes a la isla, el año pasado, Auserón presentó junto a la Orquesta Sinfónica Nacional su disco Vagamundo, en el que mostró cómo la canción popular española ha integrado influencias lejanas, especialmente la mezcla de tradiciones europeas y africanas provenientes del Nuevo Mundo. “A mi generación le tocó en suerte renovar una circulación internacional de ritmos y melodías en la cual España había participado activamente siglos atrás, si bien la memoria de estos hechos se hizo borrosa. Explorando con Radio Futura el horizonte de la canción urbana, recuperando con Juan Perro sones de raigambre diversa, el compromiso con el verso cantado se ha convertido en un viaje apasionante”, contó entonces.

Terminado el concierto fuimos a escuchar al grupo de jazz Interactivo en el Teatro Bertold Bretch. A las dos de la madrugada, Juan Perro, o Santiago Auserón, o quien fuese en ese momento, se subió al escenario y de modo natural entonó unos versos de Miguelito Cuní en una versión loca de la Guantanamera. Y como si nada.

Artículo de Mauricio Vicent publicado en El País.