23 de agosto de 2016
La deriva de Juan Perro fue inicialmente tan fulgurante como maltratada por los medios de comunicación -y alejada deliberadamente de grandes circuitos- coincidiendo con una década que avanzaba las penurias de la música popular actual y del peso de los valores éticos y estéticos en toda Europa. 'Raíces al viento' lleva en su seno un camino de rock primitivo y son tejido entre un tres cubano y una guitarra eléctrica. De ese disco quedan clásicos, es decir, temas que no se sabe si son el pasado que recordamos, el presente que nos vibra o el porvenir de una sociedad que recupere el pulso. Y lo mismo puede decirse de 'La huella sonora', 'Mr. Hambre' -que nadie olvide 'El carro' o 'Esta tierra no tiene corazón'- o el ejercicio jazzero de 'Cantares de vela'.
Los afortunados del Price vivimos todo lo citado anteriormente junto con las ya imprescindibles canciones de 'Río Negro' y una decena de adelantos de un trabajo que arrancará no pocos clásicos más, como 'Ámbar', 'Nada', 'Los inadaptados' o 'A morir amores'.
Señoras y señores, nunca se pierdan un concierto de Santiago Auserón. Ni tampoco un texto. Lean 'El ritmo perdido' -minucioso repaso por lo negro hispano a la luz de la evidencia literaria- o su inminente libro sobre la transición de lo oral a lo escrito en las Grecias homérica, clásica y helenística: la música resulta matriz del pensamiento -oficio minucioso y filosofía; ¿metáfora de la vida de alternancia entre escena e investigación del propio Auserón?.
Señoras y señores, este tipo compone, interpreta y piensa con nitidez creciente. Me atrevo a decir que un personaje tan amigo de lo popular y tan delicadamente erudito al servicio del imaginario colectivo no tiene parangón desde Lorca.
Nunca se sabe en qué actuación hilvanará mejor lo que ya nos lleva conmoviendo durante tres décadas. No se lo pierdan.
Héctor Hernández Alcoceba, profesor de filosofía.