22 de octubre de 2012
P.- Estás compaginando los conciertos en dúo acústico como el de Pamplona, que denominas “Casa en el aire”, con los de “La Zarabanda”, en los que vais diez músicos. ¿Necesidades artísticas diferentes o maneras de adaptarse a la crisis?
R.- Sí, se ha juntado el hambre con las ganas de comer, porque yo venía desde hace años intentando encontrar un formato desnudo y lo más despojado posible, me apetecía ver las canciones más en su esqueleto, para lo cual tenía que prepararme a nivel de guitarra y de voz con técnicas de trabajo que había practicado poco al estar siempre en bandas, y conforme he ido avanzando en ese terreno he ido sintiendo la necesidad de trabajar en ese formato. En la preparación de la maqueta de “Río Negro” me cambió el chip. Estuve un par de años haciéndome con las canciones nuevas yo solo con la guitarra, es la primera vez que le he dedicado tanto tiempo a eso. Ahí ya pensé que al menos un formato muy desnudo tendría que poner en marcha.
P.- Pero en la gira no vas solo, te acompaña Joan Vinyals.
R.- Sí, eso es. Joan Vinyals se ha convertido en un cómplice fundamental para esto por lo abierto que es y por su capacidad de riesgo artístico… Es un rockero cabal que luego se transformó en profesor de jazz, mantiene el espíritu rockero pero ha adquirido un conocimiento musical muy amplio. Coincidió que empezaron a ponerse las cosas muy difíciles en la contratación y está siendo el formato que más se solicita, con lo cual hemos volcado toda la intensidad artística en esa dirección. Lo hemos transformado en un proyecto que tiene un significado especial para nosotros. “La casa en el aire” es el refugio del taller creativo, porque es un taller de cara al público en el que cada noche probamos cosas nuevas. Desde nuestro punto de vista el formato desnudo no puede ser solemne, como en la tradición del folk, por ejemplo, sino más en la tradición del blues, del rithm’n’blues y del rock’n’roll primitivo: abierto a la improvisación, un poco descarado, un poco gamberro… Improvisamos mucho y también invitamos al público a que tome parte de esa situación de experimentación y de taller. Queremos que la gente habite las canciones. Y tiene el doble sentido, muy pertinente en estos tiempos, de que el refugio de las canciones, que está hecho de aire y de vibraciones, al final resiste más que el cemento y el ladrillo con el que han especulado hasta endeudarnos de por vida, mientras que en el humilde refugio de las canciones podemos encontrar algo más duradero, un lugar para estar juntos más seguro.
P.- Hablando de adaptarse, tu último disco “Río Negro” lo has editado en tu propio sello (La huella sonora) y ha contado con una distribución novedosa, junto a periódicos y de inicio solo en tiendas Fnac, aunque luego lo he visto en más tiendas. ¿Qué tal ha funcionado la experiencia?
R.- Sí, llegamos a un acuerdo con Fnac y tuvieron unos meses de exclusiva y se quedaron con una cantidad importante de discos de salida. No nos hemos puesto en manos de distribuidores, porque si los pedidos son pequeños luego no lo mueven. Pero cuando las tiendas se han dirigido a nosotros y nos han hecho pedidos pequeños, por pequeños que fuesen los hemos atendido. Y luego mi oficina se lo curró muy duro, con mucha paciencia y mucha dedicación para llegar a acuerdos con diarios locales que han distribuido pequeñas cantidades de discos, pero que se han movido bastante bien en muchas capitales. Se ha vendido poco en cada capital, pero sumando hemos llegado a los 10.000 discos, que para un disco independiente es muchísimo.
P.- Hoy en día es muchísimo para un disco independiente y para cualquier disco.
R.- Sí, y poco a poco la vamos superando, porque luego en los directos también se van vendiendo. El disco no ha muerto, pero se ha convertido en un producto artesanal que lo vendes como el pan que estás haciendo en el mismo día, hay que venderlo con ese cariño. Es mercancía, pero tiene que ser una mercancía noble, de buen sabor y buenas vibraciones, y que la gente se lo lleve a casa contenta, y no que se lo hayan metido por los ojos a través de las radio fórmulas.
P.- También ha funcionado bien porque había ganas de Juan Perro. El último disco de canciones nuevas fue “Cantares de vela” (2002); luego grabaste “Las malas lenguas” con tu hermano y el disco con la big band de jazz, pero en ambos casos eran discos de versiones.
R.- Claro. El círculo de la gente más cercana estaba esperando algo nuevo, y yo me he resistido a soltar hasta que no he estado seguro de que las canciones subían un grado, hasta que no estábamos seguros de tener una cosecha selecta (risas). Creo que es mi mejor discos en ese sentido, es la vez que he esperado más a que las canciones estuvieran bien cocinadas, y a partir de ahora sólo quiero trabajar así.
P.- Sí, porque las has rodado en directo. Antes de grabarlas llevabas dos años tocándolas en concierto, ¿no?
R.- Sí, eso es. Dos años con bandas distintas, de lo más sencillo a lo más complejo. Trabajé la maqueta yo solo durante dos años, a guitarra y voz.
P.- Maqueta que pusiste en descarga gratuita en tu web.
R.- Sí, puse varias de aquellas canciones. Después hice un formato acústico con tres músicos cubanos (Moisés Porro batería, Norberto Rodríguez guitarra y Ronald contrabajo). Con este trío buscábamos el formato desnudo, ligerito. Que sonase a rock’n’roll primitivo o a son rural. Y luego recuperé compañeros de otras épocas de Juan Perro y metimos teclados, guitarras, bajo eléctrico… pero siempre buscando la máxima naturalidad, sin sobreproducir y sin arreglar de más, dejando espacio para que los músicos puedan variar el esqueleto sin que el tema se desarticule. Que se pueda improvisar en un lenguaje en el que los elementos que varíen ayuden sin salirse del tiesto.
P.- Has mencionado como fuisteis armando las canciones. Tus últimos trabajos (“Cantares de vela” como Juan Perro y el disco con la Original Jazz Orquestra del taller de Musics) estaban más cercanos al jazz. Con Río Negro no lo abandonas, pero sí que tiene toques de blues, swing y del rock’n’roll más primigenio; lo has situado en el momento anterior a Elvis.
R.- Sí, es la fase que más me ha interesado en los últimos años: el momento anterior a Elvis y el momento anterior a los Beatles. El momento en el que el contacto de la negritud con los sellos independientes de los blancos tenía más chispa. Antes de convertirse en grandes campañas publicitarias o en una fábrica de hits. Ese momento de la música de Nueva Orleans en el que se generan canciones con gran poder de comunicación sin ser todavía objeto de explotación comercial a gran escala, sin que los intereses comerciales vicien las formas. Ese período histórico de la canción popular me interesa mucho, el contacto entre razas, continentes y lenguas. Ahí es donde he desarrollado mi experiencia como aficionado y como músico, y quiero ahondar todavía más en eso para ver qué consecuencias tiene en las diversas lenguas peninsulares, en nuestro medio social, cómo se puede recuperar la chispa de aquellas canciones. Si ahondas un poco en la memoria en seguida ves que en la península somos pueblos que hemos estado en el intercambio internacional desde hace muchos siglos. Y nuestras músicas populares, nuestra poesía, nuestras artes y nuestro pensamiento necesitan recuperar la memoria. No tanto de la homogeneidad ni de la identidad ni del problema identitario, como de que somos especialistas en el contacto entre diversos pueblos. Y si fuésemos conscientes de eso a lo mejor tendríamos algo más que decir en el contexto internacional.
P.- Acabas de resumir a la perfección la filosofía de la carrera de Juan Perro…
R.- Sí.
P.- Un acercamiento desde el punto de vista español a la música afroamericana. Igual los primeros discos estuvieron más centrados en Cuba y el Caribe…
R.- Sí, eso es. Porque es donde estaban los negros y los mulatos que cantaban es español. La rítmica del afroamericano, que trabajaba por dentro nuestra lengua, nuestros versos. Eso sucedía fundamentalmente en Cuba. Por eso me acerqué al son cubano, no porque quisiera hacer salsa (risas).
P.- Y luego has ido subiendo más hacia el folclore de Norte América y Estados Unidos.
R.- Claro, conforme he ido aprendiendo cómo afecta la rítmica de la negritud al verso español he ido hacia atrás, he vuelto a recuperar toda mi relación con el rock tradicional y con el rock’n’roll primitivo de esa época que comentábamos antes.
P.- El concepto de viaje creo que te gusta mucho, tanto a la hora de perseguir el origen y la historia de las canciones, como en el hecho mismo de viajar, que creo que es algo que te apasiona, según dejas ver en la letra de “El forastero”. Te atrae la vida nómada, ¿no?
R.- Sí, me gusta la sensación de viajar… pero yo estoy viajando siempre, aunque esté encerrado en casa (risas). ¡Y sin necesidad de narcóticos! (risas). Tengo una cabeza que se me va por los cerros de Úbeda con mucha facilidad. Soy poco turista, no me gusta ir de turista, me pone nervioso, no sé qué hacer. Pero cuando tengo la excusa de ir a buscar algo, un ritmo o una sonoridad, entonces me embarco y no me da pereza. Me voy a La Habana o a Santiago de Cuba, o a Nueva Orleans, o a México o a Tijuana, o a Italia… donde vea que me voy a poder alimentar de algo que me sirva para dar el siguiente paso. Ahí no me da pereza moverme. Si no, me cuesta mucho coger vacaciones, prefiero seguir currando.
P.- O sea, que viajas más porque quieres conocer músicas nuevas, y conoces más músicas nuevas porque te gusta viajar. Una pasión alimenta a la otra.
R.- Sí, pero siempre aprovecho la excusa. Cuando tengo un hueco, o después de una grabación. Recuerdo la época de Radio Futura, después de la grabación de “La canción de Juan Perro” en Nueva York; quedaba pasta y tenía un par de semanas libres, así que me fui a Jamaica buscar unas cintas. En ese plan. Si tengo un hueco y guita para moverme, y además cumplo un sueño de búsqueda musical, de oir cada estilo en su salsa original.
P.- Hay una canción en el disco que es muy irónica con el “progreso a cualquier precio”, o con el progreso mal entendido. Me refiero a “La nave estelar”.
R.- Sí, es una historia curiosa. Había una canción de El Guayabero, un sonero llamado Faustino Oramas al que conocí con ochenta y tantos años y que fue el que me presentó a todos los soneros viejos, me abrió las puertas del son en el ambiente cubano. Este hombre tenía una canción muy curiosa que se llamaba “Mi son retozón”, que hablaba de la impresión de causó en su niñez la aparición del primer tren ferrocarril allí en su pueblo: la locomotora, la potencia de la máquina y la impresión de que un nuevo tiempo se avecinaba, un nuevo siglo. Es uno de los sones más bonitos de El Guayabero, que decía “la vida es un tren expreso que recorre leguas miles, el tiempo son los raíles y el tren no tiene regreso”. Y yo me preguntaba cómo podía hacer algo similar a lo de El Guayabero, con la misma técnica de décimas, la misma estrofa que utilizaba él. Y decidí hacer una canción sobre el viaje interplanetario, y coger la nave estelar como modelo. Luego me enteré de que Richard Branson, el fundador de la discográfica Virgin, que le nombraron Sir y que después de montar su compañía aérea diseñó un prototipo para dar la vuelta al mundo en menos de una hora, y me hizo gracia ese tema. Pensé: “Mira este chaval, que ha empezado en la misma industria que yo, lo alto que ha subido, que está diseñando una nave estelar”. Y usando esos motivos, con un poco de sarcasmo, porque este cuento del progreso es una forma de tenernos en vilo para que los más aprovechados sigan extrayendo las energías de los más inocentes. Ya está bien de esa jugada. Como dice la canción, “no quiero viajar en una nave estelar, con los pies en la tierra quiero estar”.
P.- Hace diez años escribiste una canción (“Agujero en la red”), en la que no te mostrabas precisamente entusiasmado con el tema de Internet, que creo que también tenía ese espíritu.
R.- Sí, el espíritu era el mismo, de cierta desconfianza hacia las nuevas tecnologías. Es una desconfianza que tampoco quiere ser triste ni negativa, no pretende cerrarse a todas las aportaciones que pueda tener la tecnología, porque es muy interesante. Las más interesantes son las que hacen dudar, como la rueda o el carro. O la canción. Hasta ahora las nuevas tecnologías me ponen un poco nervioso, porque en cuanto nos han vendido un formato ya nos están colocando el siguiente, que es mucho mejor, cuando ya se sabía de antes que era mejor. ¿Por qué no nos vendéis directamente el que mola? (Risas). No, tiene que ser que gastemos cada dos años. Por eso sí que le guardo rencor. Cuando después lo que aportan tampoco nos resuelven tantas cosas. Hay que valorar con sensatez para qué sirve un teléfono móvil o un portátil. Naturalmente que tienen funciones muy interesantes, pero también ahora hacemos muchas cosas que antes no hacíamos. “Oye, que voy”. “Oye, que llego”. “Oye, que ya”. Haces cuatro llamadas cuando antes no hacías ninguna. Avisabas el día antes: “Mañana llego”. Y ya está. Habría que economizar un poco, porque hay muchos usos superfluos que nos tienen esclavizados, y creo que habría que moderarlos.
P.- De hecho has utilizado las nuevas tecnologías. Ya hemos dicho que colgaste las maquetas del disco antes de editarlo, escribías notas en Facebook contando cómo estaba siendo la gestación del álbum…
R.- Exactamente. Es que no es un rechazo, sino aprovechar los usos interesantes. Soy muy escéptico con las redes sociales. La verdad es que cuando colgué mi material la gente respondió con muchísimo cariño, y me ha permitido que las canciones se diesen a conocer sin tener que firmar un contrato con la industria, lo cual es una gran ventaja. Pero luego, cuando he intentado mantener un diálogo más frecuente no me ha resultado demasiado interesante. Al final las nuevas tecnologías imponen la ley del mínimo esfuerzo, y a mí me interesa aprender a leer un libro, aunque me cueste al principio, porque sé que lo que me cuenta me abre un camino interesante. Hay que jugar entre el placer y el esfuerzo para seguir navegando por rutas que tengan hechizo. Las nuevas tecnologías son un camino posible más, pero no el único.
P.- Para terminar, Santiago, te quiero preguntar por un cambio bastante acusado en tu carrera. En tus inicios con Radio Futura os caracterizabais, como muchos grupos de la Movida, por no ser virtuosos. Teníais más ganas de hacer cosas que conocimientos para hacerlas.
R.- Sí.
P.- De hecho hay una anécdota que se os atribuye a vosotros, y aprovecho para preguntarte si es verdad, porque también la he oído referida a otros grupos, y es que en los comienzos de Radio Futura os rifábais los instrumentos antes de salir a tocar, porque realmente no sabíais tocar ninguno.
R.- No fue exactamente así. Éramos amigos del fundador de la primera formación de Radio Futura, que fue Herminio Molero. Éramos amigos y le entrevistamos para una revista catalana que se llamaba Disco Express.
P.- La época en la que firmabais como “Corazones automáticos”.
R.- Exacto. Estuvimos en su casa y nos enseñó sus materiales, y nos habló de que quería hacer una música como de Brian Eno, pero en español y un poco más castiza. Ese era el plan inicial de “La moda juvenil” y de “Divina”. (Risas). Brian Eno era la pista inicial de Herminio Molero. Luego acabó siendo algo distinto. Otro día nos invitó al local. Todavía el grupo no tenía nombre. Él hablaba de algo como “La Orquesta Futurama” o algo así, pero a nosotros no nos convencía mucho. Y una vez en el local nos dijo que necesitaba a alguien que cantase y alguien que tocase el bajo. Y mi hermano Luis y yo nos miramos y decidimos probar, y fue Luis el primero que eligió y se quedó con el bajo, y a mí me tocó cantar. Luis no había tocado el bajo en su vida y yo había cantado alguna vez, como aficionado con algunos amigos de la Universidad, rollo “dylaniano”, pero estaba muy lejos de pensar en la perspectiva profesional. Yo era un estudiante de Doctorado de Filosofía, que todavía tengo pendiente desde entonces. Fue eso, una decisión sobre la marcha, un poco en broma, jugando. Luego aquello se transformó en algo apasionante y al poco tiempo nos vimos metidos en una movida gorda: firmamos contrato, a pesar de que no teníamos ninguna preparación nos empezó a gustar y la cosa se lió, chico (risas).
P.- Bueno, la leyenda era en parte real. En cualquier caso al principio teníais un espíritu muy pop, o muy punk, por lo del “Do it yourself”…
R.- Sí, y yo sigo reivindicando que el rock tiene que tener una puerta abierta a esto. Creo que es indispensable el aprendizaje. La música es un camino que puede empezar en cualquiera de sus ramales: por el punk o por el tango, por el son o por la música hindú. Si averiguas lo suficiente puedes llegar a cualquier otro extremo, esa es una de las cosas maravillosas que tiene el universo de la sonoridad. Puedes iniciar tu aprendizaje en cualquier sitio, por parco que parezca. No tienes que empezar siendo un virtuoso. Tiene que ser un camino abierto, porque el rock’n’roll es un arte popular que está bien que tenga esa puerta abierta, que abra la escalinata hacia el escenario a los chavales, aunque no tengan ninguna preparación. Pero luego también, al mismo tiempo debería dejarse suficientemente claro el hecho de que con subir al escenario y con hacerse famosillo en el ambiente de los bares de los colegas no basta para convertirse en un artista. Y que mucha gente muere de estrellato sin pasar de ahí, y se queda bebiendo en la barra del bar o drogándose en el cuarto de baño, y no pasa de ahí, no mejora su ritmo ni su compás, ni su capacidad de inventar melodías o para juntar letras y melodías. La puerta tiene que estar abierta para el adolescente que no tiene ninguna preparación, porque ese es el camino, el inicio. Pero hay que darse cuenta de que no basta con tirarse el rollo, y que hay que trabajar, hay que ensayar, hay que investigar… Hay que convertirse en artesanos antes que ir de artistillas.
P.- Claro, por ahí iba mi pregunta. Tú mantienes el equilibrio, has pasado de no tener ningún conocimiento y suplir esas carencias solo con descaro y ganas de hacer cosas, al otro extremo, a que tus discos estén impresionantemente bien ejecutados, con grandes instrumentistas, investigando, viajando, estudiando la métrica, el ritmo… Pero sin que se convierta en un trabajo de laboratorio, sino manteniendo la puerta abierta a la espontaneidad y la frescura.
R.- Sí, tiene que ser espontáneo. Tiene que ser un fuego vivo, y tiene que mantener el diálogo con las nuevas generaciones que empiezan ahora con mucha o con poca preparación. Hoy en día los chavales están mucho más preparados de lo que lo estábamos nosotros, porque han sido educados de otra manera, han aprendido a hablar inglés desde niños, han tenido una guitarra eléctrica en casa, han tenido la computadora y el software para hacer música desde críos… Hay otro nivel de preparación. Lo raro es que habiendo mejor preparación haya menos ideas eléctricas en circulación. Las ideas están un poco más adocenadas, un poco apagadas. También es así porque falta el estímulo social, el estímulo colectivo; la sociedad ya no reconoce la aventura sonora. En la canción popular la sociedad solo se preocupa de cuáles son las canciones que más pasta producen descolgando el teléfono, sin moverse del despacho. Los chavales no se sienten estimulados para la invención. Es decir, la sociedad ha abandonado a sus hijos (risas).
P.- Pues sí. Esperemos que cambie, ¿no?
R.- No tenemos que esperar. Tenemos que actuar día a día, aunque sea en el entorno familiar, en el entorno de nuestra reflexión personal y en lo que podamos dialogar con nuestros amigos, pero nuestra sociedad necesita una transformación profunda y esto no se puede retrasar más.
Entrevista realizada por Javier Escorzo para Indistanea