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12 de noviembre de 2019

Juan Perro: El novelero Santiago Auserón

Entradas agotadas (la última se vendió en taquilla por la mañana) el jueves en la Sala BBK, en la tercera sesión del ciclo Kandelen Artean (Entre velas), donde el escenario se adorna de modo intimista (esta vez hubo un biombo, una silla regia, una mesa con libros a los que con vista de lince leímos en los lomos títulos sobre Camboya, Polonia y Europa, bastantes y varias maletas en una escenografía de Enkarta Station) y donde se sustituyen las butacas del patio por mesas con velas que atienden prestos camareros que sirven cervezas de la marca patrocinadora (la bilbaína La Salve; esto lo pongo en el blog por si nos invitan algún día).

Tras el teloneo de la cantautora euskaldun Mice, también en solitario actuó Juan Perro, alias de Santiago Auserón, ex Radio Futura (1979-92), quien confesó desde el tablado que antes era muy «afterpunk e iconoclasta» pero que lo va dejando. Y así, cual bluesman vendedor de crecepelo, a modo de narrador de historias apegadas a Iberia (así la llamaba el pícaro docto), hilarante cual inspirado monologuista y siempre zalamero en el gesto (esas sonrisas a lo Burt Lancaster burlón y temible) y en la palabra (ahí va un ejemplo: «Bilbo cada día está más guapa»; decía Bilbo el muy estudioso, quien la víspera, el miércoles, la pasó ensayando para el recital y repasando una tesis, que viajó desde Madrid el mismo día del concierto acompañado por su road manager y su técnico de sonido, que comió en Al Margen de Bilbao La Vieja con la parte contratante bilbaína –la agencia Sagaburu-, y que durmió en el Hotel Silken Indautxu), ese jueves, desde las 9 en punto hasta 10.52 horas, saludos incluidos, en 112 minutos sustanciosos cantó y teatralizó 19 canciones.

Desde 2015 doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y autor de la tesis ‘Música en los fundamentos del logos’ (esta es de verdad, no como la del doctor Pedro Sánchez), Santiago Auserón Marruedo (Zaragoza, 65 años, tupé frondoso: «¡es Dorian Gray», espetó admirado Óscar Esteban nada más verle), elegantísimo con traje oscuro, corbata y sombrero (un look algo mafioso pero glamuroso, tipo ‘La máscara’), según iba encadenando coplillas, cancioncillas, tonadillas y pregones varios a lo largo de su polifacética actuación cambiaba la entonación vocal, frenaba las frases, contrapicaba la guitarra y la dicción, llegó a imitar en el bis a dos poderosos vocalistas cubanos (lo hizo en ‘Semilla negra’, la primera de las dos versiones de Radio Futura que escondió en la manga hasta el bis, siendo la otra el adiós con ‘La estatua del jardín botánico’ llevada al blues y con coros karaoke del respetable) y, por ende, se lució sobremanera a la guitarra acústica (tocó blues, jazz, leve doo-wop, genuino ragtime, más Nueva Orleans, Cuba, Brasil y diversos ritmos folclóricos panhispánicos o sea iberoamericanos…; qué diferencia de musicalidad con la telonera Mice, oigan).

Listo e inteligente, dotado de don de gentes y gustándose a sí mismo al oficiar con la sala llena de espectadores que empezaron riéndole las gracias y ovacionándole y acabaron aplaudiendo en pie, silbando y hasta coreando (bah, estos fueron los momentos más populistas de la velada, por culpa de esos coritos tímidos alzados en un par de ocasiones), Juan Perro, exceptuando en el mentado bis (hablando de mentones: una tirita cubrió el suyo hasta el citado bis; se cortó esa misma tarde de jueves al afeitarse), seleccionó títulos no manidos (numerosos del último álbum cánido, ‘El viaje’, editado en 2016 por La Huella Sonora, la empresa que posee y dirige para publicar discos, contratar conciertos, gestionar la promoción, etc.), caso de ‘Los inadaptados’ (o sea ‘The Misfits’, la última película de Marilyn Monroe), la redonda viñeta del insecto loco protagonista de ‘Ámbar’ (electron en griego, sin tilde en la o, aclaró el erudito aragonés), ‘El mirlo del pruno’, la gongoriana ‘A morir amores’ (la primera con coritos) o ‘Agua de limón’ (muy populista para ser un intelectual quien nos interpelaba).

Y cuando dejó de presentar las piezas, quizá la calidad intrínseca del preclaro cancionero medró por eso de concentrarse en una sola faceta. Medró en los blues de ‘Perla oscura’ y ‘Río negro’, en el jazz de ‘Aire’ y en el ambiente de crooner propio de la película ‘Joker’ para el adiós con ‘El viaje’ (el citado título del último disco, con este otro verso ornitológico: «ruiseñor en la rama de un almendro»), y en la segunda selección del bis triple, ‘No más lágrimas’, también atmosféricamente crooner.

Todas las canciones fueron de altura (las dos de Radio Futura quizá con calzador), pero sin duda la gente se enganchaba más a las presentaciones de Auserón en su papel de Juan Perro: nos habló de sus viajes a Tijuana, donde el muro, cuando se postró de hinojos en el Atlántico en lo que definió «experiencia mística fronteriza» (en la jazzer ‘En la frontera’), nos soltó latinajos, se confesó ‘novelero’ («soy novelero, qué le vamos a hacer, me meto a fondo en las historias, en el olor de la tinta, en el gramaje del papel», adujo antes de la nihilista ‘Nada’, emanada de la lectura de ‘Los demonios’ de Dostoievski, libro que agarró del último anaquel un día caluroso que se metió en la Biblioteca Nacional buscando sombra, je, je…), recitó como Fernando Fernán Gómez según el muy leído Óscar Esteban, y se refirió orgulloso a sus diálogos con Luis de Góngora y Argote mantenidos entre el más allá y el más acá, un Góngora al que visita en la Mezquita Catedral de Córdoba, donde está su sepulcro y quien con voz espectral le aconseja «dedíquese a estudiar y no a la vida fácil y al alterne» (cómo se gustaba el risueño Auserón aquí, que hasta se le vio con el mentón enhiesto y brillante la sonrisa ufana).

A la novena presentó la nana ‘Duerme zagal’ y enmudeció tras la 12ª, o decimosegunda, «una baladita al estilo de New Orleans que traslado a la ría de Bilbo (sic) y que se titula ‘Luz de mis huesos’» y que entonó exhalando el aliento. Esa fue su introducción, pues hasta el final se puede decir que al Perro le comió la lengua un gato, y solo hizo recibir en pie las largas ovaciones finales del rendido respetable, al que respondía con reverencias, gestos de mimo o de mago, más golpes al corazón.

Crítica de Oscar Cubillos publicada en Bilbaoenvivo.