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26 de junio de 2019

Juan Perro estampa su huella sonora el el fastuoso paraje de singin´in the cave

La sagacidad de Raúl Rubio le llevó a imaginar el interior de les Coves de Sant Josep de la Vall d'Uixó como escenario de una de sus mayores pasiones: la música en vivo. El ciclo Singin' in the Cave es el bienaventurado resultado de su delirio. Un singular espacio cuya imbatible belleza y su exclusiva sonoridad es capaz de hacer confesar a todo un profesional del palique como lo es Santiago Auserón que le deja "sin palabras". Miente. De su interior asoma Juan Perro para hablar, y mucho, tanto en las canciones como en sus intermedios. Aunque nadie le quita la razón cuando confiesa, allí sentado en una barca, que el muy apreciable trabajo de artesanos que inventaron instrumentos como el que sostiene, una guitarra acústica, se torna minúsculo en comparación con la labor callada de la naturaleza durante miles de años. Una obra de ingeniería majestuosa que invita al visitante a jugar con su imaginación al contemplar las azarosas formas de las estalactitas colgadas de los rocosos techos y las variables estampas contenidas en sus paredes laterales a lo largo de su más de un kilómetro de recorrido visitable (a los que cabe sumar cerca de otros tres ya descubiertos pero ocultos al circunstancial turista). Un río subterráneo con misterio, ya que después de años de investigación se desconoce aún dónde nace. Un río inspirador.

"Río negro" parece el tema perfecto para que Juan Perro, fondeado en un lateral de la Sala de los Murciélagos, reciba a los "navegantes" (así se refiere a su público de esta noche) reunidos en cuatro barcas a manera de platea frente a tan peculiar escenario. Autodefinido como "negro del Ebro", en referencia a sus raíces musicales y a su cuna zaragozana, Juan Perro parece encontrarse en su ideal ambiente creativo. Un repaso a su obra con su nombre artístico deja claro que ríos, mares y ciudades trazan su inquieto mapamundi emocional y creativo. El cine es otro de sus referentes. "Los inadaptados" lo demuestra. La última película de Marilyn Monroe. The misfits ("Vidas rebeldes" en los cines españoles). Un largometraje que le inspiró hasta el punto de componer una canción "en un rato, cuando lo habitual es que me cuesten años". Asocia "Ámbar", mineral de magnéticas propiedades, con el inicio del rock and roll, aunque la canción suena a nueva trova cubana.

Finalizado este preámbulo -siempre de tres canciones-, las barcas abandonan el hogar de los cada vez más escasos murciélagos en dirección al embarcadero. Allí esperan 70 sillas y una modesta tarima con su majestuoso fondo de escenario y Víctor Tomás (Iberian Lynx), a su derecha, equilibrando el sonido. Juan Perro toma asiento y empieza a interpretar "Pies en el barro", una canción que podría equivaler al resultado de un paseo a pie por el río que se acaba de surcar. Pero no. Se refiere al Mississippi, el que baña la magia de New Orleans, la piedra Rosetta de la música negra, la ciudad con la que no pudo acabar ni el furioso Katrina en el 2005, y que su vez multiplicó el renombre de este mágico punto de confluencia de culturas. La localidad portuaria en cuyo barrio de Algiers nació Louis Armstrong, y por donde paseaba Santiago Auserón cuando le vino la inspiración de este tema.

Esta cuatro coplillas iniciales ya ha trazado la ruta de navegación que seguirá Juan Perro in the Cave. Extraerá el repertorio de dos álbumes: Río negro (2011), el disco que nació tras su visita a New Orleans y le apartó del son cubano que le estaba acompañando; y El viaje (2016), una suma de influencias que en realidad reflejan nada menos que 18 años de música (ya ha advertido en varias entrevistas que tarda años en completar algunas canciones). El contraste entre un disco de exhuberante instrumentación y el otro de desnudez. Aunque en sus directos en solitario -evidentemente- todas las canciones pasan por el tamiz que caracteriza El viaje, álbum que -¡oh, sorpresa!- tendrá una segunda parte que reflejará la vestimenta sonora que ha ido cubriendo esas canciones a medida que las ha ido interpretando junto a su admirable banda, con Joan Vinyals a la cabeza. ¿La fecha de publicación? "Pues igual hacia final de este año o al principio del siguiente. No hay prisa".

"En la frontera" nació sobre la arena de las playas de Tijuana, la mitad mexicana de la asimetría que completa la estadounidense San Diego. Una canción... de frontera, claro. Una ciudad con golfo, Nápoles, sugestiona a través de la inquietud de sus sombríos callejones el origen de "El forastero", una canción que, sin embargo, traslada mentalmente al sur estadounidense a través de su aroma dixie. Un barrio, Alfama de Lisboa, le evoca aquellas estampas de pueblos que el electrónico y cada vez menos tradicional progreso va borrando. Esas imágenes de coladas tendidas y charlas a viva voz, sin WhatsApps mediantes. Y de ahí surge "De un país perdido". El nihilismo ruso de los anarquistas de San Petersburgo se le cuela en "Nada". Y aunque "El desterrado" fue concebida en Washington, podría tener su origen -como así lo cuenta- en cualquier lugar del mundo, en el que de repente se encuentra con algún joven exiliado español en busca de un futuro esperanzador, y del que espera que "vuelva y cambie esta situación en la que vivimos aquí".

Otros destinos más cercanos también le inspiran, aunque apunta que su Ebro zaragozano no tiene ese efecto "por sus vientos y sus corrientes". Así que prefiere seguir el curso del Duero y allá en su desembocadura, en Oporto, convertir las "Arenas del Duero" en canción-homenaje a un amigo fallecido. Es la máscara de juglar medieval del siglo XXI que Juan Perro también embala en su maleta. La misma que vuelve a lucir cuando hace sonar "El mirlo del pruno", una canción nacida al escuchar cantos de mirlos que interrumpían sus siestas y a los que, como venganza, les tomó prestado su piolar para reproducirlo con las cuerdas de su guitarra.

Santiago Auserón tiene 64 años (¿quién lo diría viéndole?), pero conserva ese deseo adolescente al que apunta en "Luz de mis huesos", al tiempo que luce esa sabiduría mezcla de sus lecturas, los estudios de Filosofía, su inquietud viajera e investigadora, su foco en las raíces musicales y las tablas que le proporcionan sus 40 años de escenarios. Las mismas tablas que convierten la inquietud del jovencísimo espectador Iván en calma tras invitarle a subirse al escenario o las que hacen cantar a los presentes "A morir amores", un cóctel de letras gongorescas, son cubano y remate blues.

"El viaje" pone fin a esta experiencia en un río subterráneo que, quién sabe, tal vez dentro de unos años le sirva para explicar que le inspiró una de sus futuras coplillas. Mientras tanto, cual elegante Dorian Gray con su gorra clásica bien calada, avanza hacia la salida de las grutas saludando a su paso a los espectadores, a sus "navegantes" de una noche que ha puesto en marcha una nueva temporada de Singin' in the Cave.

Crítica de Manolo Bosch para el blog nomepierdoniuna.net