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25 de mayo de 2016

Juan Perro la apoteosis de Santiago Auserón

A esa generación, muy poco reconocida por el establishment actual, a pesar de la innegable solidez de artistas como Almodóvar, Trueba, Colomo, Antonio Vega, García-Alix y muchos otros, pertenece Santiago Auserón o, si lo prefieren, su alter ego, Juan Perro. Su paso por el Teatro Principal de Alicante (viernes, 20 de mayo de 2016) 35 años después de que se subiera a ese mismo escenario con Radio Futura, merece ser largamente recordado y (en serio, no exagero) transmitido a las nuevas generaciones. “Mirad a ese tipo del sombrero. Él y otros como él sacaron a España del aburrimiento”.

Pese a haberse ganado el estatus de estrella del rock en nuestro país (ese título se conserva toda la vida por mucho que el zaragozano se acerque al son cubano, se doctore en Filosofía o reivindique al gran Benny Moré), Juan Perro se halla de gira con una apuesta arriesgadísima: cuatro músicos sobre el escenario, sentados, un nuevo repertorio no editado y que el público desconoce, dos metales, dos guitarras y ninguna base rítmica de batería y bajo que te haga tamborilear con los dedos en el reposabrazos de la butaca.

Con esa puesta en escena, buenas canciones, una voz prodigiosa y un inmenso talento al que acompañan músicos virtuosos (si el guitarrista Joan Vinyals fuera de Nueva Orleans sería una leyenda en vida), Juan Perro acaba atrapando al público. A todo el público. A quienes le seguimos desde que su primera discográfica exhibiera a Radio Futura como producto para fans a la altura de Pedro Marín y otros horrores de comienzos de la década de 1980; a quienes esperan en algún momento que se le ocurra canturrear Escuela de calor; y a esos amantes de la música latina, la cubana, principalmente, que desprecian el glamour de lo 80 sin haber escuchado en su vida Han caído los dos. Incluso los aficionados a los nuevos senderos del jazz deben tomar más que en serio a este artista en mayúsculas. Del jazz procede la mayor parte de los músicos que le acompañan.

Santiago Auserón (Zaragoza, 1954) es un tipo peculiar. Muy pocos saben que el muchacho del pantalón rosa que interpretaba Enamorado de la moda juvenil al frente de Radio Futura en los programas de José Luis Fradejas, ya era licenciado en Filosofía y Letras y había completado estos mismos estudios en París, dos años antes de que su discográfica incluyera a la banda en fiestas de Los 40 Principales, junto a Los Pecos y aquél primer Miguel Bosé para quinceañeros.

Faltaba más de una década para que Prince la liara con su contrato “esclavista” con Warner cuando los hermanos Auserón y Enrique Sierra ya hacían lo propio para romper con su disquera, que intentó subirse al carro de la música independiente creando un sello solamente para que Radio Futura no diera el coñazo y registraran sus canciones “serias” sin tener que desprenderse de aquel filón de radio fórmula. En ese nuevo sello, dos años después de impedirles cualquier grabación ni darles la carta de libertad, grabaron La estatua del jardín botánico (1982). A partir de ahí, y entonces sí, comenzaron una carrera que acabó convirtiéndoles en el grupo de rock más importante que haya habido en España.

Mientras que sus coetáneos talentosos abrieron nuevas vías musicales inéditas hasta entonces en el rock español (Urrutia y los Caligari con el llamado rock torero, Urquijo y Los Secretos adaptando la ranchera a su estilo, o Antonio Vega germinando en Nacha Pop el camino en solitario que agrandó su leyenda), Radio Futura se adentró en los sonidos latinos. De hecho, se les atribuye la paternidad de esa fusión definitiva entre el rock and roll en español y el son y otros ritmos de Latinoamérica por el que se decantaron años más tarde Amparanoia, Jarabe de Palo o Macaco.

Sin concesiones a su antigua carrera de éxitos, el de Zaragoza se transmuta en Juan Perro porque investiga y avanza en su oficio de forma constante y porque se resiste a caminar sobre los clichés que le concedieron la fama. Ante posibles tentaciones de Santiago Auserón, su otro yo se niega a prostituir los éxitos del pasado, a faltar al respeto un repertorio colosal y, en suma, a exhibirse como un producto de karaoke. La evolución de Juan Perro ha sido apabullante, sorprendente, pero, sobre todo, arriesgada y honesta. Hace lo que quiere y disfruta con ello. Y no puede ocultarlo. En su setlist sólo hace hueco a Semilla negra, como si quisiera expresar a esa composición de 1982 -que todo el mundo conoce- su agradecimiento eterno por abrir el camino, y porque el espíritu de este Juan Perro latino ya comenzaba a anidar entre los surcos de los primeros vinilos de su antigua banda.

Ahora, entre canción y canción, el Auserón de 2016 hace de crooner de habla hispana. Ejerce de storyteller, entretiene al público con anécdotas mientras afina la guitarra, desvela la gestación del tema que viene a continuación y demuestra su facilidad de comunión con el patio de butacas, que escucha con la misma atención que se presta a los buenos monologuistas.

Sabedor de sus impresionantes cualidades vocales, aprovecha la buena acústica del teatro para atacar una pieza sin ayuda de micrófono, libre de interferencias eléctricas entre su público y una voz sin aditivos, como el bardo que va por los caminos cantando poemas e historias fabulosas, apasionado de su oficio, tal cual debiera de ser Juan Perro por cuenta propia, sin la tutela de Santiago Auserón.

En la despedida, tras más de dos horas de desgranar reflexiones y trovas, el público puesto en pie no le deja marcharse. Son casi diez minutos de aplausos que provocan la emoción incontenible del músico, al que se le humedecen los ojos, como el que encuentra de súbito el reconocimiento unánime a la historia de los juglares, a los que parece representar Auserón cuando saca a su sosias de gira. Al menos durante el tiempo que dura la actuación, el tipo que contribuyó a salvar a España del aburrimiento, continúa haciéndolo, soberbio, apoteósico, genial.

Crítica de Jorge Fauró para el periódico Información