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26 de noviembre de 2016

Juan Perro, la elegancia en peligro de extinción.

Santiago Auserón, el cantante y autor de las letras, exalumno del filósofo Gilles Deleuze, emprendió una exploración profunda de las raíces negras que nutren de savia las ramas de la canción popular hispana. La Alhambra, el Caribe, Nuevo Orléans y el Norte de Africa vibran en las canciones de letras pensadas y aun así emotivas que componen los cinco discos publicados bajo el alias solista de Juan Perro, pronto se sumará otro que llevará por título Los Inadaptados, mostrándolo por primera vez a solas con su voz y guitarra. Es autor del libro El ritmo perdido, una investigación en toda forma sobre el influjo africano en la canción española, que aprovechó para presentar en Monterrey -lo ha publicado la Universidad Autónoma de Nuevo León- durante la reciente minigira que lo trajo a la Ciudad de México. 

El Juan Perro Trío se presentó en el Centro Cultural de España el pasado 24 de noviembre, de manera gratuita, frente a un público nutrido pero no abrumador. Las visitas de Santiago a México han sido esporádicas, incluyendo la participación en festivales donde el público de otros artistas se ha metido con él, si bien la inteligencia que lo caracteriza siempre lo ha hecho salir avante de la situación. Alguna vez se anunció su triunfal regreso a una FIL de Guadalajara, donde sería acompañado por los ilustres miembros de Café Tacvba, evento que fue repentina y misteriosamente cancelado –nunca nadie explicó bien lo sucedido. Quizá por eso en los últimos años, cuando ha procurado aumentar la regularidad de su presencia, ha cuidado la intimidad de sus presentaciones, que se trate de eventos a los que asista gente que de verdad quiere escucharlo, que no sea una simple alcancía, porque el medio ambiente ideal para su espectáculo no son las multitudes, si bien no deja de ser lamentable que su trabajo de elevada calidad musical y lírica no reciba mayor atención. 

Auserón en la semiacústica, Gabriel Amargant en saxo y clarinete, Joan Vinyals en la guitarra-más-eléctrica nos conducen por un río negro de selecciones a través de la discografía del Perro. Para cada tema hay una historia que lo explica, justifica, o simplemente embellece, con una cálida lucidez que recuerda la cordial agudeza del difunto Leonard Cohen, como él, dispensa a su audiencia un trato de amigos. En un momento temprano del recital, el llanto de un niño irrumpe la charla canina, “¿qué te duele?”, exclama el del ladrido cantante. Viendo al progenitor huir con el chiquillo en brazos, lo ataja, les pide que se acerquen, les ofrece su escenario. Como cuando escuchábamos música en la tribu alrededor de la fogata, ¿pues adónde te vas a ir con la criatura, a la incierta selva? No, que se quede y forme parte del acto poético que intentamos alcanzar aquí. 

Es también un acto de confidencia, y por lo tanto, de comunicación. Nos comparte anécdotas de cuando fue fulminado por la musa del blues en Nueva Orleans, de sus andanzas con Compay Segundo, de cómo el rock es un invento de los antiguos griegos y de la inesperada inspiración que halló para el próximo disco en The Misfits, esa película de Marilyn Monroe con personajes que beben desde que amanece. Hacia el final anuncia que tocará algunos temas nuevos, porque espera estar rodeado de cómplices que no vinieron a escuchar himnos radiofónicos. Y prácticamente con eso cierra. Claro, al final hay un par de Radio Futura. Quien sentía, pensaba y estaba vivo en esa reducida sala salió con un gusto muy exquisito en el paladar, fue casi como un club exclusivo que se reúne para degustar el ejemplar de una especie en peligro de extinción; en este caso, un perro de raza fina. 

Crítica de Erre, publicada en el blog Rock 101.