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19 de mayo de 2011

Juan Perro o la noche de reflexión

Porque esta mañana («Desayunad bien, que es lo importante»), frente a un puñado de mesitas en una sala del sótano del teatro, Juan Perro se colgó la Gibson y, sobre un taburete, bajo un llamativo fez rojo y tras unas opacas gafas de sol, desgranó algunas de las canciones de su nuevo trabajo. Lo hizo en solitario («La primera vez que toco un set así»), aunque en el concierto estará acompañado por una formación tradicional de guitarra, bajo, teclado, batería y percusión.

Sus dedos tiemblan un poco al pasearse, en formación de «bluesman», sobre el mástil de la guitarra, su voz transcurre grave y melancólica hasta que se rompe en algún aullido del delta del Mississippi, como para recordar que entre Zaragoza y Nueva Orleans hay mucho mar que navegar.

Tanto los acordes, alterados y poliédricos, de «Río negro» como las letras (la comida cajún se convierte en un plato de «arroz con habichuelas») buscan ese difícil equilibrio entre la tradición de la España vivida por Juan Perro y el tributo a una música extranjera y profundamente arraigada en otro lugar, como es el blues o el jazz. Es decir, en lugar de romper acordes con púa, apoya delicadamente el lateral de la palma y pulsa las cuerdas con las yemas, cantándole a Malasaña o a ese muchacho que encontró por una calle de Nápoles. Fiel a la voz honda que ha recubierto su trabajo, parece encontrar acomodo bajo los focos del Español, pero también aportarle ese pequeño plus que se espera del artista que puede llevar su propuesta a esas tablas arriesgándose, en este caso, con el deje a lo Tom Waits. Un Juan Perro sin artificios –sin cejilla para la guitarra siquiera, como los acompañantes de toda la vida–, ideal para la reflexión.

Artículo de Alejandro Carantoña para ABC.