08 de marzo de 2013
Alguien dijo en una ocasión que todos somos negros, que nacemos de una misma madre y de un mismo padre… y que todos hacemos blues. ¿Casi podría decirse que todos hemos “recogido algodón” en algún momento de nuestra vida?
Nadie discute que los primeros homínidos salieron de África... Mi generación sumió el blues como una tradición propia, compartió las consecuencias del movimiento por los derechos civiles en los EEUU. En cuanto al algodón... Una marca de ropa llamada Don Algodón se apropió sin previo aviso de un famoso título de Radio Futura y los tribunales le dieron la razón... En cierto sentido, somos esclavos del llamado “mercado libre”, que trata de rentabilizar sin miramientos tanto nuestro tiempo de trabajo como nuestro tiempo de ocio.
Es una pregunta delicada, pero ¿habría sido igual la historia de la música (y más del blues, del rhythm & blues o el gospel) sin la esclavitud de los afroamericanos en Norteamérica? Ya sabes, el término “blues” se refería a estados depresivos…
Obviamente la industria musical de Occidente no hubiera sido la misma. La pregunta clave es quizá si las tribus negras de África necesitaban la esclavitud para mejorar su sentido del ritmo. Y la respuesta es no. El ritmo africano es un sistema de pensamiento y vinculación social distinto al de Occidente.
Y que sin haber sufrido o sin haber vivido ciertas experiencias negativas, no se puede cantar o interpretar según qué cosas de la misma manera.
Una buena dosis de sufrimiento es inevitable en la vida y la música sirve para aliviarlo en parte. Pero no tendría sentido aducir que sin aumento artificial del dolor humano no se producen buenas canciones, porque las cosas suceden al revés: unos hombres sin escrúpulos se enriquecen a costa del sufrimiento de otros, y estos se las arreglan para producir música de calidad en las condiciones más adversas. La esclavitud y la segregación son la causa del blues en el sentido de sentimiento negativo, pero, en lo musical, la razón de la expansión del blues a escala planetaria es el intercambio entre viejos músicos negros y jóvenes músicos blancos.
Por lo tanto, Santiago, me pregunto qué habría pasado si la historia no la hubieran escrito los vencedores al fin y al cabo.
La historia siempre la escriben primero los vencedores, porque los vencidos están muertos o sin medios para hacerse oír. Pero luego la historia se reescribe inexorablemente, las perspectivas se completan y la verdad asoma, poco o mucho, tarde o temprano.
Probablemente, los factores políticos hayan tenido mayor importancia en todas estas cuestiones que hemos expuesto.
Cierto. Sin la Segunda Guerra Mundial, los negros norteamericanos no hubieran alcanzado poder adquisitivo para condicionar la industria del disco. Casi lo mismo se puede decir de Cuba: sin intervenir en las guerras contra ingleses y españoles, los negros no hubieran alcanzado reconocimiento social. Hay una diferencia, no obstante: en los EEUU el potencial bélico-industrial incide directamente en los grupos de telecomunicación y en el mercado musical internacional. En Cuba, sin embargo, o en Brasil, la canción popular contemporánea avanza, llena la calle, sin necesidad de imperio industrial.
¿Tan ancestral puede ser nuestro ADN que se puede decir que hay música en el hombre?
Sí, yo creo que la música es un rasgo tan constitutivo de lo humano como el lenguaje. Hay animales que hacen una música muy bella, especialmente los pájaros. Lo propiamente humano son las misteriosas relaciones entre música y lenguaje.
¿Y las religiones? Son conocidas las piezas espirituales que surgieron a comienzos del siglo XIX en Estados Unidos, pero fue África su cuna.
Hay una diferencia notable entre la música de las tribus negras de África, ritual o profana, y el gospel. Aquella se produce como medio de expresión habitual de la tribu y de sus relaciones con el medio natural. Cumple una función social inmediata. En contexto cristiano, el individuo busca lo divino por medio de una u otra iglesia. Pero los negros intensifican en sus iglesias el vínculo social, recuperan algo del viejo animismo, por medio del gospel.
Se pasa de hablar del Señor (con el gospel) a hablar del diablo (con el blues). Después, con el rock and roll, que no es más que blues acelerado, aparece el sexo y otras liberaciones. ¿Se reduciría todo a lo mismo?
Los espíritus y las fuerzas de la naturaleza, entre ellas el instinto sexual, forman un tejido continuo en las sociedades animistas. Claro que hay espíritus buenos y espíritus malignos. Pero la separación extrema entre ellos es cosa del hombre blanco, interesado en falsear los valores espirituales para justificar las divisiones sociales. No todo es lo mismo, tenemos que asumir las razones de nuestro desencanto.
Como dijo Dylan en una entrevista en 1966: “El rock and roll es sólo cuatro compases, una prolongación del blues de 12 compases”. Y añade que “El rock and roll es un fingido intento de tener relaciones sexuales”.
Dylan tenía prisa por hacerse famoso y hacía declaraciones que cabían en los titulares. Durante unos años adoptó una actitud moralista –folclorista– con respecto al rock. Luego cambió de onda y se sumó a los adoradores de Elvis.
De hecho, Cohen tardó en escribir ‘Hallelujah’ unos dos años, mientras que Dylan se ventiló ‘I and I’ (de “Infidels”) en quince minutos.
Son estilos de escritura y talantes distintos. A Dylan le gusta presumir de automatismo surrealista y a Cohen de elaboración simbolista. En cualquier caso, yo no creo que el rock sea simplemente una simplificación o una aceleración del blues. En el rock se diseminan acentos compatibles con los folclores europeos, imágenes que pertenecen a una narrativa distinta. El rock es un producto interétnico.
Y si no me equivoco, fueron también dos años los que tardaste en escribir “El ritmo perdido” debido a que algo que iba a ser más ligero terminó por irse de las manos…
Sí, he tardado dos años en escribir el libro, pero las lecturas de las que se alimenta las he venido haciendo desde hace mucho más tiempo. En principio creí que el libro iba a ser una reflexión sobre mi experiencia personal con las canciones de la negritud. Al llegar a cierto punto, sin embargo, sentí la necesidad de investigar algunos temas algo más a fondo.
Que por cierto, “El ritmo perdido” iba a tener en su título primerizo la palabra “negritud”, un concepto bastante exacto como confuso que invita a investigar.
Cierto, “negritud” es un término algo ambiguo. En sentido estricto se refiere a las culturas de África negra y sus derivas americanas. Mi libro añade a ese contexto la deriva propiamente hispana de la negritud.
Juan Perro y La Zarabanda se fraguó a raíz del libro. Mezcla de música (que no fusión). ¿Algo así como el famoso Dry Martini mezclado pero no agitado?
Sí, con los golpes justos. La fusión a veces suena a sopicaldo. Lo interesante es el mestizaje del que sale un son nuevo. Juan Perro y La Zarabanda representa la toma de conciencia de nuestro papel en el mestizaje. En “El ritmo perdido” se explica la evolución de los “bailes de negros”, como la zarabanda, en suelo hispano.
Y lo más curioso de todo es que estas canciones que cruzaron el Atlántico hasta llegar a España ya habían pasado por aquí anteriormente, de alguna manera, por los árabes…
Los árabes trajeron a Andalucía los primeros esclavos sudaneses. Pero además habían fabricado ya su canto clásico con la intervención de esclavos africanos en Oriente.
Bien es cierto que el flamenco tiene unos patrones rítmicos que son hijos de los ritmos africanos. Vaya, que gran parte del folclore español es “negro”, como aventurábamos en la primera pregunta.
Si no gran parte, una parte significativa al menos. Llegó a haber muchos esclavos en Andalucía en el XVII, su presencia se hizo notar también en Castilla. Más importante que su número es la huella directa o indirecta que dejaron en los ritmos populares y también en nuestras mejores letras.
En vuestro caso, la generación que te atañe, recibisteis otro tipo de sonidos (el rock and roll) gracias a las bases americanas. Eso, unido a la situación política de entonces en España, ¿provocó que las juventudes le dieran la espalda al flamenco como a la copla y demás?
La gente de mi edad oía las coplas cantadas por las madres en el patio trasero, los discos de jazz que traían los americanos. Pero en las máquinas de discos buscaba los rocanroles. Nunca le dimos la espalda al flamenco, simplemente no estábamos bien informados. En cuanto nos informamos mejor, sentimos que había algún extraño lazo entre el flamenco y el blues.
Pero no dejaba de ser música del pueblo, pues como dijo el poeta Manuel Machado: “Hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son, y cuando las canta el pueblo ya nadie sabe el autor”. Pero se suele rechazar con frecuencia este legado propio.
El asunto es complejo. Todos los cantos populares tienen dos caras: el aspecto natal y el influjo extranjero. Lo extranjero, con el tiempo, se naturaliza. Y lo natural se abre a nuevos influjos. En el terreno de la música popular todo son intercambios, creer que el canto de tu pueblo es una seña de identidad invariable es fruto de la ignorancia.
No obstante, con la explosión de la Nueva Ola y ciertas corrientes culturales de la época de la transición, todo lo “yanqui” estaba mal visto por ser “imperialista”, ergo se daba la vuelta a la tortilla.
Los progres se oponían a lo “yanqui”, salvo a menudo en la música. Los “nuevaoleros” no se oponían a lo extranjero, al contrario, aunque se sintieron llamados a ir metiendo un poco de color local en las canciones, como si ya formásemos parte del circuito internacional.
Pero al final, de todo aquello que en los 80 se creía como algo revolucionario en un futuro, quedó como una falsa profecía que se ha disuelto como la sal en el agua.
La música de los 80 no era revolucionaria en el sentido político, de hecho se rebeló contra el exceso de conciencia de los progres ya medio desencantados. Lo era quizá en lo artístico, y en ese sentido se quedó a medio camino.
Y es que de los recuerdos no se puede vivir eternamente.
Se vive de la energía que uno pone en juego día a día. Los recuerdos sirven para orientarse, el camino que uno lleva hecho permite imaginar el paso siguiente.
Actualmente, y aunque nos pese, parece que la música no puede cambiar las sociedades como pueden hacerlo los cambios con la tecnología o la política. Vamos, que no se puede llevar a la gente a actuar, a menos que esté social y culturalmente predispuesta a hacerlo.
La música no lleva directamente a actuar en otro terreno, cada práctica tiene sus razones. Pero unas experiencias influyen en otras de manera indirecta. Vivir la música o la poesía con entrega ya es una acción de por sí. Cuando lo haces exiges a otras áreas de experiencia que generen buenas vibraciones, la posibilidad de conocer algo nuevo.
Entrevista realizada por Carlos H. Vázquez para Cambio 16.