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14 de julio de 2014

Mil maneras de ser Auserón

El patio de butacas peinaba canas, había quien aprovechaba para enseñar la foto de sus nietos, quien no tuvo pudor en sacar el abanico. Pero si la quinta del propio cantante estaba bien representada, también lo estuvieron las dos siguientes. El líder de Radio Futura, el traductor, el poeta, el conferenciante, el encantador de serpientes con su tesitura de bajo, todos vinieron en ‘Vagamundo’.

En el podio, Ricardo Casero, un trombonista y director que tendió una sólida pasarela entre el trasatlántico sonoro que es una orquesta y la vulnerable barquita que es una voz, algo imposible la última vez que estuvo. En esta ocasión tenía un cantante disciplinado y obediente. Los arreglos eran de Amparo Edo que hizo descansar en el trío clarinete, oboe y trombón la mayoría de las partituras. El ‘Río negro’ abrió la noche en ambiente íntimo, de luces apagadas y músicos con lamparillas. Auserón, de ascética elegancia, se plegó al honor «de formar parte de este tejido que es una orquesta».

Con ‘swing’ lírico siguieron los ‘Pies en el barro’ y con ellos la tendencia ‘auseroniana’ de sofisticar lo castizo, de hacer metáforas con la inmediatez material, de deshacer en la última línea toda la canción. Marianne desgarró en el arpa los primeros acordes de la nana ‘Duerme zagal’ y volvió abrir ‘El mirlo del pruno’. La voz de Auserón se desplegó perfecta en un recitativo hipnótico que junto a la exótica percusión traslado al público a un árbol común, que pertenece a un incierto paraíso. Con ‘El forastero’ Auserón propuso ir a Nápoles, y citó a Garcilaso y a su infancia y con ‘No más lágrimas’ el respetable tenía ya ganas de explotar, como lo hizo en el siguiente son cubano, ‘La misteriosa’, que deriva en pasodoble. Se confesó ‘Obstinado en mi error’, tanto que luego repitió, aunque ese error se ha demostrado fértil en lo musical. Se ayudó del público para pedir a Dolores que le abriera la puerta.Dejó para el final algunos inolvidables títulos de su primera banda y como están tan fijados en la memoria, sonaba extraño el fondo sinfónico que le obligaba a recitar más que cantar. El público estaba entregado, hasta un lapsus fue aplaudido.

Fue su noche, también la de Sebastián Gimeno, oboe, la de Angelo Montanaro, clarinete, y la de Philippe Stefani, trombón. Auserón se mostró generoso e hizo sentir al público parte de la urdimbre del tejido orquestal. «Bravo Santiago», le gritaron en un silencio al cantante que el próximo 25 de julio llega a los 60 en plena forma.

Crítica de Victoria M. Miño para El Norte de Castilla.