18 de septiembre de 2009
Sentido del humor, aguda observación cotidiana y especial capacidad para ser gracioso sin llegar a la payasada podrían ser algunas características que lo definen desde el punto de vista personal, incluso se marcó algún chiste sobre el tabaco canario. Empezó con ese toque solemne de crooner maldito con aroma country que exhala Río negro, y a la que siguieron las melodías agradables y juguetonas de Poco talento y En la selva. Los momentos más animados, en los que el guitarrista, Norberto Rodríguez, se tuvo que emplear especialmente, se mostraron en la magistral El carro, recuperada de forma irreconocible de su primer disco, la africana Reina Zulú, la contagiosa Perla Oscura (toda una declaración de intenciones sobre todo lo que Juan Perro ha aprendido de maestros como Compay Segundo), o el ímpetu rítmico y melódico de A un perro flaco, canción con la que despidió la primera parte del concierto y con la que consiguió que cerca de mil personas que abarrotaban la carpa se desfogaran en un ímpetu sonero arrebatador.
Salió en dos ocasiones, ofreciendo bises que se repartieron, en la primera parte, entre el intimismo de No más lágrimas, y el rap latino de Charla del pescado, y en la segunda, entre los medios tiempos de Hospital San Jaime y Fonda de Dolores.
Antes actuó Fermín Romero. El grancanario, que sobrevive en un ámbito en el que el apoyo y la difusión a los músicos canarios resultan, como él mismo denunció, totalmente lamentable, dio muestras de ingenio y chispa, con versiones de Otis Redding inclusive, y con momentos desternillantes como cuando juega con los espectadores en la divertida La granja de Andrés. Un concierto muy agradable que concluyó con los cuatro músicos de Juan Perro improvisando versos con fondo acústico.
Crítica realizada por Alberto García Saleh para el periódico La Provincia.