Encuentros


Cuando Semilla del Son había calado ya en la sensibilidad de muchos aficionados -al rock, al jazz, al flamenco-, nos pareció el momento de introducir en el recién estrenado palacio de la Casa de América un plan para traer a España más música cubana, acompañada esta vez por el verso selecto de la generación poética de la revista Orígenes, fundada por José Lezama Lima. Al proyecto se unieron la Sociedad General de Autores y el Círculo de Bellas Artes, para hacer posible el Encuentro de Poesía y Son Cubanos de 1993.

En compañía de Bladimir Zamora, los poetas Cintio Vitier y Fina García Marruz se vieron acogidos en el auditorio de la Casa de América por un público numeroso, dando paso en escena a la negritud rumbera: Celeste Mendoza y Los Muñequitos de Matanzas. En el Círculo de Bellas Artes se escuchó como fin de fiesta el sonido habanero del momento: NG La Banda. Nunca antes se habían juntado extremos tan señalados -poesía blanca y negritud, tradición y actualidad- de la cultura cubana.

Entre los asistentes se encontraban amigos de la Fundación Luis Cernuda de Sevilla, con Jesús Cosano al frente, compartiendo el reto de afianzar la conexión con la música cubana, proponiendo llevarla a un encuentro con las familias flamencas de los pueblos sevillanos.

Con Bladimir Zamora acordamos el listado de la participación sonera, que él se encargaría de organizar en La Habana: Compay Segundo y sus Muchachos, El Guayabero y su grupo, incluyendo al tresero Cándido Sánchez, Los Naranjos de Cienfuegos, el Septeto Spirituano. Músicos que nacieron con los estilos originarios, que conservaban energía suficiente todavía como para exponerlos a un público neófito, aunque de oído extremadamente atento.

En la última semana de julio de 1994, en el patio de La Carbonería de Sevilla, se hicieron las presentaciones entre el Guayabero, Compay Segundo y sus Muchachos, las familias flamencas de Utrera y Lebrija, el grupo de Pedro Bacán, Nano de Jerez y su padre el Tío Juane. La figura altiva, la cara sonriente de Francisco Repilado mientras atacaba Yo vengo aquí, la sonoridad desnuda y eficiente de su grupo, actuaron como un baño de frescura musical deseable bajo el mediodía sevillano. Danilo Orozco miraba en silencio por encima de las gafas, con aire de “te lo dije”. Del respeto silencioso se pasó al desbordamiento emocionado de los flamencos, que cubrieron los sones con sus palmas por tangos. Danilo Orozco anotaba mentalmente nuevos datos sobre la polirritmia de ida y vuelta.

En Mairena del Aljarafe le tocó a Juan Perro aquella misma noche abrir fuego mostrando su repertorio, escrito bajo la inspiración de soneros sentados en primera fila. La fiesta posterior acabó también en descarga memorable: empezó con El Guayabero haciendo reir y cantar a los invitados, juntando a sus músicos con Javier Colina y El Bola; se desbordó de nuevo en cuanto Compay Segundo terminó de cenar y puso en marcha su son de locomotora antigua. En las noches de Utrera y Lebrija, El Coronil, Mairena del Aljarafe, la electricidad se palpaba en el aire, mientras se sucedían en escena soneros y flamencos. Algunos roqueros de Sevilla –Kiko Veneno, Gualberto, Antonio Smash- comentaban entre ellos, o con los musicólogos Faustino Núñez y José Luis Salinas, que la clave cubana está en los tangos flamencos, y hasta en alguna canción de los Beatles. El gran guitarrista Rafael Riqueni aspiraba discreto los aromas de Cuba. El joven Raúl Rodríguez hacía planes para conseguir un tres. Apenas lo tuvo entre las manos se gestó el grupo Son de la Frontera, hoy en la vanguardia de la evolución flamenca, que uniendo el tres cubano y la guitarra pasea por el mundo los aires de Diego del Gastor, tan pronto arabizantes como americanos, sin perder un ápice del sabor de Morón.

Al año siguiente, en 1995, la participación del Grupo Changüí de Guantánamo, el Septeto Habanero, la Orquesta Original de Manzanillo y Compay Segundo se codeaba con el arte de Pies Plomo, José Mercé, Moraíto Chico, Esperanza Fernández, Chano Lobato, Juan Habichuela: el Encuentro de Son Cubano y Flamenco de Sevilla se había convertido en cita ineludible.