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01 de diciembre de 2007

tete montoliu javier colina 1995

Santiago AuserónEn agosto de 1995, dos generaciones del jazz hecho en nuestros lares se dan cita en el Café Central de Madrid, en torno a una intuición compartida. La idea surgió de un encuentro casual en el mismo escenario un año antes, a partir del cual Tete Montoliu y Javier Colina deciden volver a experimentar la sensación de tocar juntos, sin mediar ensayo alguno. Los aficionados conocen bien la intención que esa aparente despreocupación esconde, la forma en que los músicos de jazz se miden en un encuentro de este tipo.

Los que asistimos de cerca, sin embargo, tuvimos ocasión de percibir algo más: ambos músicos parecían querer extraer algo de esa rápida incursión. Hubo emoción intensa, un hechizo palpable en las veladas del Café Central. El presente registro [el disco Tete Montoliu & Javier Colina 1995], realizado en un par de sesiones unos días después, capturó la temperatura del evento, y contiene algunas consecuencias importantes desde el punto de vista estético.

Tete Montoliu y Javier Colina resuelven con un mismo talante la compleja relación entre dominio formal y libertad expresiva, aproximando sin esfuerzo sus maneras personales, creando un espacio común que transforma la relación con el oyente en un océano de insinuaciones.

Montoliu, el maestro intempestivo, hace gala aquí de una madurez vigorosa, alcanza claridad de clásico en el manejo de sus recursos, sin ceder en actitud retadora respecto a los límites formales. Por su parte Colina –que prepara cuidadosamente el ambiente de las sesiones con estrategia sabia, sin intervenir demasiado– da lugar con su toque pleno a la revelación del Montoliu que más admira, mostrando su valía en el mismo acto de contraste.

Tete Montoliu define con su actitud, públicamente a veces y sin muchas contemplaciones, el modelo de jazzman clásico, haciendo del dominio técnico de la improvisación una ética purista. Javier Colina se compromete doblemente con respecto a ese modelo, porque conoce desde dentro su atracción fascinante y porque contempla cómo se comporta en situaciones nuevas, en relación con otras músicas. La pureza –relativa– del jazz, que el impecable bagaje de Montoliu asegura, se aproxima a la fragua de rarezas que el futuro inmediato nos promete.

Santiago Auserón navidad de 1995.